No hay guerra que no deje tras de sí una oscura estela de deudas ni postguerra sin reclamaciones de los vencidos por el botín de los vencedores Las guerras son caras y en ella los beligerantes se endeudan o se enriquecen, según, abriendo el camino a reclamaciones sin fin. En España vivimos hasta la hartura la leyenda del «oro de Moscú», es decir, de las áureas reservas del Banco de España que el Gobierno de la República envió a Moscú, para ponerlas a salvo según unos, o como pago de la deuda de guerra contraída según otros, pero un par de meticulosos libros de Ángel Viñas echaron por tierra aquel tema dilecto de la propaganda franquista desenmascarándolo con pruebas sobradas. Hace unos años la banca suiza devolvió a sus propietarios los depósitos de oro arrancados por los nazis a los judíos, que habían permanecido en manos ajenas durante medio siglo, y ahora, un documento del Banco de Inglaterra acaba de demostrar que no fueron sólo los banqueros suizos los que se aprovecharon del conflicto sino que también los británicos colaboraron activamente ayudando a Alemania a revender el oro robado en Checoeslovaquia en 1939–que las estimaciones más discretas evalúan en casi seis millones de dólares de la época– con la colaboración del sistema financiero desde sus terminales belgas u holandesas, y vendiendo el resto del botín en el mismo Londres o en Nueva York. A ese indecente negocio llamaban los ejecutivos británicos «colaboración financiera», vamos, algo que nada tenía que ver con el terrible conflicto sino que concernía tan sólo a la práctica mercantil, según acredita la documentación del propio Banco de Inglaterra, conocida desde 1950. Había muchas maneras de ayudar al enemigo, evidentemente, y una de ellas consistió actuar como perista distinguido a pesar de que para entonces tomo el mundo tenía ya noticias de la rapiña nazi en los países invadidos. Los respetables banqueros de la ´época –incluyendo verosímilmente a alguno que otro judío– echaron su mano avara en ayuda del saqueador.
Las guerras no acaban el día del armisticio sino que se prolongan largamente, ya no en los campos de batalla, sino en los asépticos despachados financieros desde los que el oro arrancado a las víctimas de los campos de concentración o el arrebatado a punta de bayoneta no se distinguía del que de manera legítima atesoraban en sus cajas fuertes. La banca no tiene honor como las señoras no tienen espaldas.
Como apunta el Anfitrión, no hay mangancia si no hay un perista dispuesto a receptar el objeto del robo.
Hoy dice un noticiero que han pillado a unos tunantes con un botín de material quirúrgico por valor de unos 400.000 euracos.
Está claro que los cacos tenían ya localizado a quienes les iba a soltar una pasta flora, tal vez la décima parte de su valor, por la mercancía.
La novela de ese botín de guerra parece no tener fin. No conocía este caso, pero no es muy distinto a otros botines que los nazis obtuvieron allí por donde pasaron. Por lo que se refiere al «sistema financiero» no hay que asustarse de que aproveche hasta la ocasión más sangrienta. «El dinero no huele», dijo un emperador romano.