El alcalde de Osaka, un tal Tory Hashimoto, no se ha andado con matices al terciar en la polémica de las violaciones de guerra perpetradas por el ejército japonés en Corea y China en los años 40. Al contrario, el alcalde considera que la violación, si no es propiamente un arma de guerra, sí que es un recurso tan imprescindible como la intendencia o el servicio de camilleros, ya que, en definitiva, al violar a las mujeres indefensas –las llamadas “esclavas sexuales”, que fueron al menos 200.000—los soldados no hacen otra cosa que “relajarse” de su dura faena. Un recientísimo informe de la ONU asegura que en la guerra del Congo, los mílites de la facción rebelde, violaron en dos días a 97 mujeres, digamos adultas, y 23 niñas, algunas de las cuales no contaban con más de seis años, tremenda acusación a la que sin embargo ha puesto árnica la diplomacia de la ONU dado el juego de intereses políticos. ¿Quién va a cuestionar el “descanso del guerrero” a estas alturas si el rapto de las sabinas ya era un cuento viejo cuando se produjo? Los rusos en la Alemania conquistada a Hitler, los japos en los países citados además de en Nueva Guinea, Malasia, Filipinas o Indonesia, los moritos de Franco en la guerra española no hicieron nada que no hubieran hecho ya los macedonios de Alejandro o los hunos de Atila: la violación forma parte de eso que cínicamente se llama “guerra psicológica” en los tratados de estrategia, aparte de que su idea viaja implícita en la mentalidad del combatiente en el mismo serón que el saqueo y el derecho al botín.
Lo hemos visto no hace tanto en la guerra yugoeslava, donde incluso se llegó a concebir la violación de musulmanas por parte de los serbios como un instrumento demoledor y genocida, y lo seguiremos viendo mientras haya guerras y, claro está, como consecuencia de la visión cosificada de la mujer como un objeto del deseo que, en consecuencia, forma parte del botín. Ya ven que ni la ONU osa meterse a fondo en ese berenjenal que, en última instancia, parece complicarse con la idea de su inevitabilidad y ni qué decir tiene que se teme penetrar en el médano que supone la índole machista que subyace a la cuestión. Los escolares japoneses de toda una generación encontraron el concepto de “mujeres de confort” en los libros que glosaban ambiguamente su etopeya. La guerra es cosa de hombres. A las mujeres, salvo excepciones, no se le reconocen en ella ni los más elementales derechos humanos.
Artículo 2
Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo,…
(Declaración Universal de Derechos Humanos. 1948)
Artículo 14
Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo,…
Artículo 57
La Corona de España es hereditaria… bla, bla, bla… La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo… bla, bla, bla…
¿Se dan Vdes. cuenta de cómo se ha cosificado a las dos hijas del rey, en la misma Constitución de la que todos parecemos/parecíamos tan orgullosos? ¿Advierten el grado de hipocresía de no querer admitir que tal vez la heredera legítima, la primera en nacer, no reunía las capacidades intelectuales, sociales o de otro tipo para ejercer la jefatura del estado? ¿Cómo esa cosificación de doña Elena se duplicó al ejercerse también sobre doña Cristina que, al parecer es algo más espabilada? ¿Está acaso Felipe de Edimburgo más libre de sospechas de trinque e infidelidades conyugales que el Urdanga? ¿Comprenden por qué una monarquía como la que sufrimos y en los tiempos que corren, es sinónimo de injusticia y barbarie?
«¡¡Un machote, mi general!!», dicen que dijo al teléfono el tampoco muy avispado príncipe esperante al generalito ferrolano.
Pesaba aún, veinte años después de la Declaración de DD. HH., más los pocos gramos de los adminículos inguinales de un recién nacido que los 700 ó más gramos de encéfalo de sus hermanas. Y por supuesto los preclaros varones que redactaron la Consti78, treinta años después de dicha Declaración, se la pasaron por.
¡¡Por un partido Elenista!!, o en su defecto, ¡¡viva la República!!
O viceversa. Más bien viceversa.
Disculpen que después del bla bla bla, no haya aclarado que dichos artículos 14 y 57 pertenecen a la CNS/E78. Vdes. ya lo han adivinado.
En mi opinión se deberían tratar como delitos genocidas esas atrocidades de guerra, y ser castigados sus autores con máxima severidad. Hoy mismo está ocurriendo, como se recuerda en la columna, y miramos para otro lado. Tal ve z lo que sucede es que no hay guerra posible sin tragedias morales como las que lamenta con razón el autor.