No sé ni bien ni mal que es lo que un sujeto como Pedro Sánchez entiende por “pasar a la Historia” y mucho menos alcanzo a entender las razones de que pueda disponer el ególatra para anunciar su imaginario ingreso en la posteridad consagrada. En la Historia, lo que se dice “entrar”, ha entrado gente muy diversa y está claro que el hecho de ese ingreso en el limbo de la memoria colectiva ha obedecido tanto a la grandeza como a la miseria de los personajes. ¿O no están en la Historia, juntos y revueltos, buenos y malos, egregios y abyectos, sabios ilustres y famosos ignorantes? En ella figura Sócrates junto a Calígula, Tolstoi junto a Stalin, Marie Curie codo a codo con Mesalina o Himmler o Rudolph Höss al lado de Fleming o Hawking. ¿En qué peana de la Historia espera Sánchez verse empinado esgrimiendo su fraudulenta tesis doctoral y su inacabable cosecha de temerarias ocurrencias? Habrá que confiar la respuesta a sus panegiristas en nómina, que son legión.
No es imposible, desde luego, que en esa combativa asignatura en peligro de extinción se le reserve alguna mencioncilla, habida cuenta de la triste y menesterosa singularidad de la actual España, quizá no más que un apunte crítico a la gestión más estrambótica registrada en la actual democracia. No ha habido, en efecto –con haber desfilado ya de casi todo por nuestra pasarela política– un sujeto tan mendaz, un personaje tan cínicamente plegado a la contradicción ni tan obseso por un propósito único: permanecer, sobrevivirse en el mando rodeado de mediocridades sin excluir siquiera a los enemigos declarados de la patria. Se llegó a creer tal vez que el penoso hallazgo de su fraude doctoral añadido a su alianza antiespañola con los proetarras y golpista catalanes haría bueno el dictamen que un día –el mismo en el que su actual azafato Pachi López lo dejara en ridículo– le espetara en la tele Susana Díaz: “Pablo, el problema eres tu”. Pero esa idea modestamente moralizadora no cuadraba ni de lejos con la extraña inercia que rige ese amplio sector de la población al que él han contribuido como nadie a desfondar éticamente.
Sí, es posible que alguna mención, siquiera menor, le esté reservada en la Historia a ese embustero patológico, como las hubo para muchos otros mindundis escogidos por el azar para puestos y trances delicados. Sánchez podría aparecer en la galería junto a ellos, desdibujado por su propia frivolidad, quebradizo en su inconsistencia, agraviado dantescamente bajo el sambenito de lesa patria. Como los césares mediocres que pretendieron endiosarse. En realidad el anuncio de su historicidad no deja de ser en sí mismo un enorme alegato de autodescrédito.