Tropiezo en el New York Post con la curiosa noticia de que un juez ha declarado legales los pantalones bajos, esos “baggies” que lucen ya también nuestros alevines no estoy muy seguro de que informados de su origen, que no es otro que la indumentaria carcelaria de las viejas prisiones en las que se confiscaba el cinturón a los presos para evitar su fuga. La cuestión, que puede parecer banal desde nuestra perspectiva, tuvo su origen en la denuncia de un policía que estimó que ese modo de vestir el pantalón comportaba un riesgo eventual de exhibicionismo, pero su Señoría ha estimado que, por más que a la mayoría pueda resultarle detestable esa moda descerebrada, nada hay en ella de punible dado que “la gente puede vestirse como le dé la gana mientras no ofenda con ello a las buenas costumbres” y llevar el pantalón a medio glúteo resulta, en consecuencia, enteramente constitucional. No se precipiten, sin embargo, a la hora de valorar esta sentencia porque lo cierto es que, hoy por hoy, hay estados de la Unión, como Luisiana por citar un caso, en el que lucir ese tipo de prendas se castiga con penas de hasta seis meses de prisión por considerar que el mero hecho de llevar el pantalón mal ajustado ya implica un “ultraje al pudor”. El juez de nuestro cuento concluye que, aunque para aquella mayoría la moda de referencia constituya una incuestionable “falta de gusto”, nada hay en la Constitución de los EEUU que prohíba al personal “actuar incluso de manera absurda” caso de que le apetezca. En aquella gran democracia siguen sancionándose como “delitos” ciertas fantasías sexuales que no se permiten ni siquiera dentro del matrimonio y al amparo del hogar, pero sigue en pie, como puede verse, una activa conciencia legalista que ve en el pacto constitucional un marco intangible. Son muy raros, estos americanos, aunque resulten envidiables dadas las circunstancias.
Nosotros los europeos no entendemos bien este “way of life” que, por ejemplo, acaba de confirmar el derecho de portar armas, incluso de guerra, por el mero hecho de ser ciudadano, pero que castiga la “felatio” doméstica como un tributo a la ancestral razón puritana. ¿Se imaginan aquí a un senador como ése Eric Adams de Brooklin que anduvo combatiendo en su karaoke esa moda de los pantalones caídos contra la que ha llegado a componer una canción (“Pants on the Ground”), parece que con éxito más bien escaso? Yo no, francamente, pero les mentiría si les dijera que no me produce envidia el hecho mismo de que un senador haga algo, aunque ese algo consista en vigilarle a la basca la caída del pantalón.
GRACIAS!!!! YO TENGO DOS HIJOS CON ESOS ADEFESIOS. y AHORA ME ENTERO QUE NO ES QUE PAREZCA PENADOS SINO QUE VAN VESTIDOS DE PENADOS. CON USTED SIEMOPRE SE APRENDE ALGO.
Divertida columna. Acabo de lelerme de un tirón las tres últimas pues estaba sin net. La del lunes sobre la defensa de la lengua española , magnífica.