Como saben, Bin Laden se reconvertido a la nueva fe, el ecologismo. En su última prédica sobresale sobre cualquier otro aspecto la defensa del “medio”, que es tanto como decir que retroceden a un segundo plano sus ideales primarios. No hay por qué fajarse con Bin Laden por ello, sin embargo, ya que esa reconversión parece ser el itinerario obligado del radicalismo hodierno. Aún recuerdo el estupor con que acogimos muchos el primer manifiesto “verde” de André Gorz, nuestro guía generacional, el teórico más práctico de la actualización del viejo utopismo, y más si cabe la sorpresa que nos produjo la aparición en esa escena de Lucien Goldmann, de vuelta ya de sus revisiones luckasianas y sus compromisos radicales, aunque nada comparable en este punto a la “conversión” de Cohn-Bendit, el alférez del 68, el radical sin límites que habría de parar en jefe del conservacionismo “en nómina”. Se ha sugerido que la fe ecologista ha funcionado como el relleno imprescindible del hueco dejado en la mentalidad crítica por el fracaso de los sueños, algo así como el cierre forzado de ese vasto y frustrado bucle histórico que se abre con la Revolución Rusa y se cierra con la caída del Muro. Puede ser. Pero ver sumarse a esa lista de conversos a un tipo como Bin Laden potencia esa hipótesis de la búsqueda desesperada de sustancia revolucionaria. Ahora que comenzamos a oír en los círculos más acreditados que el agujero de ozono no era tan grave, en fin de cuentas, y que la simple restricción de los HFC (hidroflurocabonos) impuesta en Montreal podría bastar para aliviar la apocalíptica avería en términos decisivos, resulta que hasta el terror islamista vislumbra en el franciscanismo un norte nuevo para su revolución. No ganamos para sorpresas. Ni para decepciones.
Puede que con el ecologismo acabe sucediendo lo que ya ocurrió con la boga de otros valores universales, a saber, que a medida que extienda y consolide su aceptación vaya perdiendo mordiente hasta verse reducido a un amable tópico, tan obligado como inútil, un tópico que ocupará el vacío dejado por otros ideales demostradamente inalcanzables o sencillamente derrotados. Ese terrorista ilustra muy bien, revestido con su flamante piel de cordero, la inviabilidad de los proyectos de transformación social intentados desde la insolvencia ideológica. Pero el fenómeno en su conjunto nos habla del retroceso de la lucha por el Hombre concreto bajo la presión de ese sucedáneo que viene a ser la defensa del medio. Aquello de un ecologismo al que preocupan todos los animales menos el hombre, ya saben. El rojo se confunde con el verde en el elocuente caleidoscopio de la evidencia.
Puede ser cierto que la gente, sobre todo los más jóvenes, ansien pertenecer a un grupo ideológico tal vez por verse escuchados, rebeldes que por decirlo de algún modo desean sentirse vivos con una causa por la que luchar, cayendo en una especie de dogmatismo verde que les hace ser fanáticos, una moda revolucionaria, pero no me parece nada correcto simplicar los problemas medioambientales a un agujero de la capa de ozono «no tan preocupante» y a unas emisiones de CO2 nada alarmantes, cómo serlo siendo el mundo tan grande.
Desacredita usted, con su pomposa verborrea, a los miles de personas que ven problemas más alla del ibex 35 e intentan concienciar a personas de que el deshielo, las masacres oceánicas, los billones de toneladas de vertidos……………….son cosas preocupantes que harán que algún dia nuestro mundo no sea tan grande.
“Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”