Los asentamientos de temporeros en los campos de Huelva van a ser, por fin, erradicados. Ha hecho falta que infravivieran hacinados en ellos durante años esos trabajadores imprescindibles a las economías locales y hasta que, de cuando en vez, alguna mano alevosa incendiara las míseras chabolas incluso cobrándose alguna vida humana. ¡Y resulta que era tan fácil como poner de acuerdo a los Ayuntamientos con las organizaciones sociales concernidas bajo la batuta del lejano Gobierno de la nación! Lepe y Moguer –y pronto también Lucena y Palos—ya han decidido erradicar esa infamia y procurarle alojamientos dignos a una legión de trabajadores foráneos imprescindibles para mantener la ya inmensa huerta provincial que constituye el cimiento firme de un próspero negocio. Lo que venía ocurriendo años tras año era una vergüenza vecina del código penal aparte de una inconcebible ingratitud solo comparable a la indiferente tolerancia institucional.