El éxito lamentable de las anticívicas demostraciones del diputado Gordillo está dando lugar a la proliferación de críticas que estiman urgente la penalización de los asaltos y ocupaciones, pero también a una oleada de autoinculpaciones que pretenden obstruir si no paralizar la acción de la Justicia. Eso de autoinculparse para complicar el procedimiento es pura reproducción de un recurso extremo que, sobre todo en relación con los forcejeos en torno al aborto, tuvo su momento al final de la dictadura, pero que, en definitiva, no es más que un brindis al sol toda vez que, en el ámbito del derecho penal, la confesión no hace prueba plena, es decir, que nada significa que unos pocos se declaren voluntariamente autores de éstas o aquellas fechorías para amparar al verdadero malhechor. Lo que sí cabe pensar es que, al ser diputado el cabecilla de esos asaltos u ocupaciones, las autoinculpaciones no hacen sino agravar la responsabilidad de aquel a quien pretenden proteger, sin lograr nunca, en cambio, modificar la acción de la Justicia. Asaltar un súper constituye, obviamente, un desorden injustificable, seguramente un delito, a salvo el supuesto de “hurto famélico”, que implica descartar el empleo de la fuerza, del mismo modo que ocupar un banco o una finca resulta tan injustificable bajo cualquier pretexto que no cabe en un Estado de Derecho de cuya pródiga nómina vive ese diputado desde hace decenios.
Que en España hay necesidad, que incluso está demostrado que se den en este aciago momento casos de hambre, no lo ha descubierto ningún diputado ni simpatizante alguno, sino ciertas organizaciones caritativas que vienen tapándole ese agujero a un Poder político tan despilfarrador. Cáritas, por poner un solo ejemplo, combate el hambre posible a su costa, sin necesidad de recurrir al bandolerismo que un régimen como el que simboliza el puño cerrado del bien pagado Gordillo jamás le hubiera permitido. ¿O es que creen esos partidarios de la “acción directa” que en la URSS si se les ocurre remediar por cuenta propia el hambre ajena robando alimentos por las bravas u ocupando una institución no les cae encima la del tigre? Más seguro me parece que quien sí se saldría con la suya en esos regímenes serían los autoinculpados que, con toda seguridad, serían sancionados con la severidad que reclama su desafío. Es cómodo vivir (y cobrar) en un Estado de Derecho sin dejar de aparentar la imagen narcisista del revolucionario.
«Es cómodo vivir (y cobrar) en un Estado de Derecho sin dejar de aparentar la imagen narcisista del revolucionario.»Ay, don José António y así a mogollones.
Un beso a todos.