Nadie me ha sabido nunca explicar razonablemente qué fue lo que EEUU buscaba en su sangrienta y perdida guerra de Vietnam. Tampoco entendí muy bien la invasión de Granada por el mismo agresor. Hay guerras, como la de las Malvinas, motivadas en estrategias de distracción y prestigio, en aquel caso para embozar la sangría de la dictadura militar y de paso movilizar, como se movilizó, el nacionalismo instintivo. Otras, no. Otras se entienden divinamente por sus móviles económicos, desde las guerras púnicas a la “guerra del opio” o a la de los “boers”, sin olvida la de Irak. Acabo de leer una novela impresionante de Vázquez Figueroa sobre las guerras africanas del Congo que él sostiene que tienen su explicación bien sencilla en la lucha de los grandes países por controlar la explotación del “Coltán” (ése es el título de la obra), un mineral del que se extrae el tantalio, metal muy resistente al calor y dotado de extraordinarias propiedades eléctricas, que lo han convertido en insustituible en la fabricación de la mayoría de los modernos aparatos de comunicación, desde el teléfono móvil a las pantallas planas, sin olvidar ciertas armas teledirigidas. El coltán, cree Figueroa, va a desplazar al petróleo en el horizonte de las ambiciones por la sencilla razón de que quien domine las comunicaciones dominará al planeta, y ésa es la razón por la que, desde hace demasiados años, primero chinos, kazacos, belgas o rusos, y ahora americanos, tratan de controlar la producción congoleña –el 80 por ciento de las reservas mundiales—sin pararse ni mucho ni poco a considerar los medios. Una guerra que lleva costados varios millones de muertos no va a detenerse, con toda probabilidad,
porque un novelista denuncie la canallada de su causa, pero no me cabe duda, al cerrar el libro, de que un alegato tan intragable debe de haber incomodado a mucho poderoso. Es proverbial la indiferencia de Figueroa ante las presiones y amenazas que parece que recibe. Ahora va a hacerle más falta que nunca.
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Cuesta entender cuestiones tan crudas, ciertamente, quizá porque en el fondo conservamos un noble sustrato de ingenuidad, pero no resulta fácil dejarlas de lado una vez conocidas. Ya sé que lo mismo ocurre en torno a la trata de blancas (o de negras), al tráfico de inmigrantes o de narcóticos, a la actividad de la redes pedófilas y a la pública organización del turismo sexual, incluido el desgarrador que se especializa en menores. Pero esas son tragedias de paz, en las que juegan diversos factores sociales y económicos cuando no políticos, mientras que el espectáculo de una guerra sostenida en exclusiva por un objetivo comercial y perpetrada contra un pueblo inerme y, por si algo faltara, hambriento (los coltaneros pagan 20 céntimos de dólar al día a los buscadores del mineral), resulta inevitablemente desolador. La intensa trama literaria de esta novela, su variado paisaje, la sugestión de un exotismo sin concesiones estéticas, producen el doble efecto de, por un lado, arrastrar el interés de la lectura y, por otro, sentir como germina y crece hasta desbordarse una suerte de incontenible ira que nos hace cerrar el libro, finalmente, con un sentimiento mixto de angustia y de liberación. Seguramente contra el alegato de Vázquez Figueroa sólo quedará el recurso de la negación por parte de quienes vean descubierto su terrible secreto y amenazado sus inmensos intereses, pero sospecho que pocos lectores sucumbirían a esa estrategia una vez convencidos por el serpenteante argumento que va revelando poco a poco la excelente trama del libro. Ahora mismo, cuando escribo, cuando usted lee, habrá niños y adultos recogiendo coltán por unos centavos bajo la mirada de los escopeteros, y mañana habrá unos muertos más que sumar a la cuenta de esta guerra aparentemente sin sentido. Para nosotros no es más que el coste de una civilización. Para ellos, simplemente, es un destino.
Creo que todas las guerras tienen una razón poderosa que es siempre proteger unos intereses, o incrementar la riqueza de un pais o de algunos poderosos.
Aunque generalmente sea un regalo de Dios poseer petroleo, o reservas de cualquier metal raro tambien, a veces, puede ser una maledicción, sobre todo cuando el pais es pobre y se descubre en él algo digno de interés. Ello puede resultar terrible para la población. Es lo que pasa con Irak (petróleo), lo que pasó con Angola (diamantes y petróleo), y lo que pasa con muchos paises africanos en la actualidad, pues poseen riquezas minerales que todo el mundo codicia. Así se explican ciertos movimientos » espontáneos y populares», motines y revueltas sorprendentes o inesperados. Así se explica el interés de la China por ciertos países africanos, amén de buscar una salida segura para sus productos manufacturados. Por lo visto el subsuelo congolés es riquísimo y su pueblo parece maldito.
Le agradezco a don José António la información y naturalmente voy a trtar de conseguir el libro indicado.
Un beso a todos, gracias a don Coleuche por sus amabilísimas palabras, y un recuerdo para don Griyo que ha dejado de cantar y de alegrarnos desde ya hace unos días y al cual echamos de menos.
Despues de este mensaje informativo taz ezpeluznante voy ahora mismito a por el para agregarme a la causa de los sinnada, Bravo de nuevo DON-JA
¿Y a mí que el Vázquez Figueroa no termina de hacerme tilín? No obstante, como el Anfi no pone hoy unos deberes facilitos, prometo por Snoopy que en cuanto pille ese Coltán vazquefigueroiano, me lo ‘jinco’.
Pero voy a levantar mi índice derecho admonitorio porque tras una referencia aquí al coltán dichoso, hablé sobre la estupenda novela ‘La canción de los misioneros’, de John M. Cornwell (conocido en el siglo por John Le Carré) donde implicando a sectores muy diversos,el viejo maestro ya anarcohard hoy -una servidora siempre se manifiesta ácratasoft- no deja títere con cabeza en esos enjuagues con la nueva baquelita. Apunté los problemas de Sony con una de sus consolas y un casinero, no sé si habitual o mediopensionista, me dijo algo así como fabuladora. ¿Fabuladora, yo? ¡¡Horreur!! Una podrá ser alcahueta, correveidile y zascandila, pero ¿fabuladora? Amos, anda. (Vuelvo a aconsejar vivamente que lean la novela de Le Carré).
En cuanto al punto de partida del Jefe, como lo de Indochina la pilló a una servidora en edad de merecer e interesarse por casi todo lo humano, pues resulta que me ha tambaleado como si al dar una calada a un peta, hubiera quemado un trozo de china sin deshacer. En aquella época -puede que meta el garrón, pues escribo de memoria- yo entendía, y creía estar en lo cierto, que la guerra de Indochina partía de Ginebra -la suiza, no la celestita que yo sé a quién le gusta- cuando la dividió en Viet del N y Viet d S. En plena guerra fría, USA y URSS, qué siglas más parecidas, plantaron su tablero allí y ‘te como un alfil’, ‘pues yo te jalo una torre y te doy jaque’, se zumbaron la badana y les sirvió de pista de ensayo para probar sus juguetitos mortíferos.
Como en UCLA y otros campus de yankilandia se prefería el amor a la guerra y en bolchevilandia se marcaba el paso de la oca, tuvo que ser mi don Dicky Tricky quien dio la orden de ‘pa casa’. Una vez demostrada mi ignorancia en esto, como en tantas otras cosas, desearía que una mente preclara de la que asoman por estos pagos, me diga en qué estoy errada. (Herrada también, pero de eso soy más consciente).
(Mi don Caleuche, me quito el cráneo porque su verborragia es ‘casi’ tan florida como la mía. Le tiendo lánguidamente la mano por si desea osculármela. Ya verá como asoma algún censor nostálgico confundiendo las témporas con el extremo distal del aparato digestivo).
Gran denuncia, poco conocida de la opinión a pesar de haber sido aventada más de una vez en medios especializados, demostración del grado de locura y maldad a que puede llegar la ambición humana, y de hasta qué punto las guerras suelen tener poco que ver con sus «motivos» teóricos. Sé que jagm sabe mucho más del tema de lo que cuenmta (hablamos de ello un par de veces), pero comprendo que el espacio limitado se impone como una férula.
Historia increíble (me apresuro a leer esa novela). ¿Ven como el oficio de escribir, sobre todo en periódicos, puede constituir un instrumento moral y político de primer orden? Yo daba lo que fuera por que todos esos que andan escribiendo sobre la broma marroquí a Aznar, hicieran de vez ne cuando un ejercicio ético a la hora de escribir.
De pena: Leo desde lejos y tengo poco tiempo, pero ahí queda mi visita y mi saludo para todos.
Me parece una fábula más que una novela, dicho sea con respeto para (¿el ingenuo?) Gómez Marín. No creo en guerras tan sencillas, ni en motivos tan «novelísticos». No hay que fiarse de rumores ni comidillas de la Red, señores míos.
Dragonte me deja helado: ¡ingenuo este pavo…! Bien, por mi parte, mi adhesión a la tesis de la columna, mi conmiseración por esos esclavos y esas víctimas, mi respeto por quienes se exponen al denunciar las tropelías a comentarios como el referido.
Cuando estas cosas salen en las pelis americanas tendemos a creer que son fantasías del guionista, por eso es de agradecer que se tratenb sen serio y con solvencia documental y ética, como es el caso.
Sería bueno hacer un recuento de guerras y sus causas: sería demasiado revelador pero creo que no imposible de hacer. Las de África son una calamidad sobre todo porque nuestro ALTO Y CIVILIZADO MUNDO las contempla como si con sus principìos no fuera la cuestión.
El comment de Drangonte, ingenuo, en efecto.
Todo lo que dice es verdad y se queda corto. He vivido doce años en aquel país. Un buen número de compañeros míos han leído el articulo y coinciden en mi valoración. Buscaré la novela.
Interesante. No quiero halagarle la oreja, pero valoro lo que supone dejar sus temas preferidos y «enfangarse» en estas tareas necesarias. Algunos lectores, puede estar seguro, se lo agradecemos mucho.
De errada nada mi estimada Anolis cambiante, que diserta sobre la guerra de manera tan clara como el agua de manantial. Seguro que algún censo nostálgico de los que habla con espetarle “la guerra es cosa de machos” ya lo solucionaría, porque su patético reduccionismo no daría para más. Y es que anda por ahí más de un ilustré que entre la encorseté y la soberbié, o vaya usté a saber pur qué, la mayoría de las veces no hay quién los aguanté.
En cambio a mi D. JA, aunque a veces me tiente cambiarle el espumoso francés por aguachirri del Mercadona, cuando lo vuelvo a leer me deja rebosandito de placer.
(Le osculo la mano y los pies Dª Lebra tilla por la gracia que me ha hecho lo de mi verborragia, porque a uno le consta que ese “casi” es como la distancia que hay entre la Tierra y Andrómeda,…u más)