Un día recibí una llamada del profesor Vintila Horia, aquel rumano curioso y nostálgico de las ferocidades fascistas que resultaba, sin embargo, tan delicado y cercano. Era para compensarme con un almuerzo el envío de mi libro sobre Valle-Inclán que el futuro duque de Alba, Jesús Aguirre, acaba de editarme junto con una obrita de Andrés Amorós sobre la novela rosa, las primicias de la Escuela de Frankfort (Horkheimer, Benjamin) y un estudio de un tal Ratzinger, amigo muniqués del duque: imaginen mi cuelgue juvenil. Cuando llegué al restaurante, en la Plaza de Salesas, encontré al profesor acompañado de un tipo alto y estirado, de modales distantes, con quien hablaba en francés y no sin vehemencia de asuntos europeos. Yo había visto al caballero en Cultura Hispánica, por donde entonces vivaqueábamos algunos a la sombra de Maravall o Luis Rosales, y pude reconocer enseguida aquella mirada algo gélida que contrastaba con su temperatura dialéctica, incluso antes de que despachara sin contemplaciones algún comentario mío que él juzgó, no sin razón quizá, propio del canon dogmático entonces vigente. Sólo una frase recuerdo de aquella comida –“Olvídese de internacionalismos y piense en Europa”—que la polvorilla propia de mi edad encajó a duras penas gracias a los buenos oficios de don Vintila, que consiguió enfrascarnos en el comentario de su exitosa novela, “Dios ha nacido en el exilio”, todo un éxito del momento. Muchos años después coincidí con Otto de Habsburgo –que éste era el personaje al que me refiero– en una cena veneciana y pude reconocer en su mirada su inalterable mohín de indiferencia si no de desdén. El hombre iba de Archiduque por la vida y, a estas alturas, había logrado limar ya su duro perfil autoritario aunque no su anacronismo. Vintila Horia, que tenía otro dominio de las emociones, me dijo aquel día cuando el Archiduque se despidió casi a la francesa: “Hay que aceptarlo como es, ha pasado mucho”. Yo, que por aquel entonces valoraba más otros sacrificios que los del heredero imperial, callé por discreción mientras mi anfitrión pagaba la factura.
Otto de Habsburgo se enterrará dentro de unos días en la Cripta de los Capuchinos vienesa, aunque creo que su corazón, según la liturgia funeral de la estirpe, yacerá en otro lugar, y no puedo evitar imaginar esa escena a la luz irónica con que Joseph Roht supo iluminar aquel mausoleo. Hoy mis amigos –Luis Olivencia, Ramón Pérez Maura y otros—levantan esa figura de superviviente como demócrata y adelantado paladín del europeísmo. No es la idea que yo tengo de ese Archiduque, y bien que lo siento porque siempre es más fácil seguir la corriente y dejarse llevar.
¿Para cuándo unas memorias, con lo que usted ha vivido, hombre de Dios? Una escena como la de hoy vale por mil pamplinosos artículos sobre los rubalcabas de turno como esos que escribe tanto compañero suyo que, por supuetso, no tendría materia para esas memorias. Anímese, que nos lo debe en cierta forma.
Desmuestra hoy jagm que para hacer memoria histórica lo primero es tenerla: haber vivido y… acordrase de lo que se vivió. El retrato del Archiduque Otto es magnífico y la sombra de aquel Vintila Horia de nuestra juventud, pululando entre líneas, lo mismo. Me adhiero a la petición de nuestro caro (en todos los sentidos) Ropón.
Es muy duro el retrato de ambos personajes, peor sería difícil rebatir esa dureza. De todas formas, muy bonita evocación de unos recuerdos «no tan borrosos», que efectivam,ente debería prodigar más porque muchos lo apreciaríamos. En este momento de desinformación histórica estos acercamientos reales a personajes y hechos resultan muy valiosos. Gracias por ello.
Muy bonito, si señor. Y le hace honor haber tratado a personajes tan ajenos a su sensibilidad con respeto.Hay muchos de su ley infinitamente más fanáticos y estrechos de mollera.
Un beso a todos.
Sí señor, con comnocimioento de causa. Otros, algún periódico importante, sacaba a ese señor Argiudoque enm portada poco mneos que ocmo el invetor de Europa. Está bien poner las cosas en su sitio. y devolver el suyo a la verdad.
Coincido y agradezco esta corrección de perfil. Otto de Habsburgo era lo quew sugiera la columna más que todo lo demás, un anticomunista rabioso que vivió, ne buena medida de seo, y también del papanatismo de esos que se rinden a los títulos, sobre todo a los líricos. Su enfrentamiento con el nazismo es tan cierto como lógico el supuesto de que, de no haber sido desposeído de su «herencia imperial» por Hitler, no sabemos cual habría sido su actitud.
Sobre Horia también se podrúa decir mucho, pero para esop tendríamos que empezar por algún antropólogo hoy mundialmente venerado y tampoco es cuestión…
Debo decirle que se informe y entonces verá que dos grandes «intelectuales» que nombra como amogos suyos también «vivaqueban» por el franquismo. De nada.
Poca materia gris, sobrada bilis, señor Contrario. Cénmtrese en el retrato,admirable que hace el autor y déjese de rencillas pretéritas. Ustedes los que viven de la memoiria histórica (de la media memoria, se entiende) son implacables, peor no tienen experiencia, ni grande ni pequeña. Hoy a mí lo que ha gusta es la escena, tan bien contada, tan respetuosamente ente evocada, y la puesta en su sitio de dos personajes. Déjese de rencillas, y vaya a lo fundamental.