Nos coge por sorpresa la muerte de Miret Magdalena, quizá porque Miret parecía vivir fuera del tiempo, al margen de la realidad a la que, sin embargo, dedicó todas sus energías. Recuerdo ahora aquella página de ‘Triunfo’, martillo semanal que tantas perspectivas adelantó, densa, escrita sin concesiones desde una urgencia moral que le impedía cualquier filigrana, un testimonio que aspiraba a ser guía espiritual dentro de aquel ‘catecismo’ generacional. Abierto a la crítica y firme en sus conceptos, no gustaba Miret de las bromas. Lo supe un día que, caminando por el Madrid de los 70, saqué aquello de Voltaire de que la teología es a la religión lo que el veneno al alimento, y él me devolvió en una mirada sombría todo su compasivo desdén. El Concilio lo había marcado, como a tantos, pero yo lo recuerdo siempre arrastrando la última novedad dialéctica no sólo de la reflexión católica, que era la suya, a pesar de los pesares, sino de la teología protestante que tanto le interesó. Nunca supimos en ‘Triunfo’ si su página tenía mucha parroquia o se había convertido en un rasgo indeleble de aquel proyecto abierto a todo el que llegara con la mano tendida, pero tuve siempre la sensación de que Miret era una referencia para más lectores de los que pudiéramos imaginar, quizá porque sus palabras traían la marca de una sinceridad que tanto molestaba al que Manolo Vázquez llamaba ‘nacional-catolicismo’. A vueltas con Voltaire, recuerdo cuando lo mortificábamos con la famosa pulla –“Dios no debe padecer en absoluto las pamplinas de los prestes”—y él callaba discreto y acaso comprensivo. Había un enorme desnivel entre nuestros énfasis juveniles y el estilo de aquel hombre bueno.
Conservo una obra suya con una dedicatoria ajena, de Ludvig Holberg, que aseguraba que si alguien aprende teología antes de haber aprendido a ser hombre, nunca llegará a ser hombre, y siempre vi en ella toda una declaración de principios. Porque Miret fue valiente hasta donde llegaba su audacia contenida, pero más allá de lo que le habría convenido al teólogo “comme il faut” que nunca pretendió ser. En las primeras necrológicas he visto recordado el corte amistoso que le dio a los colegas progresistas de la Asociación Juan XXIII al afirmar que se equivocaban al elegirle porque él, en realidad, era un antiteólogo, concepto excesivo, seguramente, pero que encaja en el poliedro atormentado del hombre religioso que más de una vez se declaró “católico agnóstico”. Recuerdo aquel paseo madrileño y su amable contrariedad ante mi broma volteriana. Hemos perdido a un ‘espiritual’ señero, justo ahora que tan rara va siendo esa especie.
Me temo que hoy habla de quien es poco conocido, anfi, lo que no quiere decir que no tenag –al revés– mucho sentido su columna. Recuerdo aquelos artículos de Enrique Miret Magdalena con su defensa de los nuevos tiempos, casio del «nuevo Cristianismo» que había posibilitado el Concilio, alcanzando en su onda expansiva mucho más allá del mundo católico. Neutralizar ese Concilio, callar a los Miret (es un decir), no sólo ha sido un mal para esa religión sino para un mundo que ganaba mucho con la nueva visión del Hombre, de sus relaciones, de sus derechos, apoyado en la novedad moral y ética que supuso aquella revolución truncada.
Mi respeto por esa figura ejemplar, recta y verdadera, que jagm recuerda hoy desde la intimidad y la nostalgia. Estoy muy de acuerdo con el Prof en que gente como él, es decir, una Iglesia renovada como proyectó el Concilio habrían mejorado mundo este mundo en su conjunto.
Miret era un santo. ¿Y qué pinta un santo en esta feria? Entieno la nostalgia de jagm por sus viejos maestros y referentes, pero él debe aceptar que gente como Miret son bichos raros en este mondo cane.
No tengo ni idea de quien era ese hombre, pero me gustaría que el día de mi muerte alguien dijera cosas tan bonitas de mí.
Besos a todos.
Descanse en paz ese hombre santo. Gracias por recordarlo.
Recuerdo los comentarios de clase, las intervvenciones de invitados, la propia figura de Miret Magdalena, y la del autor, todavía jovencito y bien esbelto, tronando contra tood lo tronable. Mucho han cambiado las cosas, mucho hemos cambuiados todos, mucho ha cambviado España. Miret era uno de esos contados raros que seguían siendo él mismo. Descanse en paz.
Hoy que se da la noticia del encuentro España-USA a primer nivel y en pie de igualdad, nos sale con esta…
Cuarenta y pico lider recibido para hablar de nada.
Qué profundo es Vd. don NN.
Una pérdida irreparable para el pensamiento espiritual que, no se equivoquen los materialistas, tiene su peso importante en toda cultura. Miret Magdalena fue un hombre insobornable, una especie de Unamuno no atormentado sino sereno, un espiritual profundo que sabía bien que no se puede pensar en el otro mundo sin ocuparse de éste. Más de uno lo habrá celebrado,. porque ese gremio es muy drástico. Desde lalejanía, uno lo despide con el respeto que merece.
Para ese NN: ni una sola línea en el NYT, apenas alguna mención en la prensa americana. Presentar esa visita como una cortesía «entre iguales», como ha hecho su partido, es como lo del «planetario»: descubre el lado cateto de esta nueva hornada.
Miret fue eminente y no sabe cómo envidio a quienes pudieron tratarlo, como usted, tan de cerca. Lo he leído mucho, no como católica, sino desde un planteamiento intelectual abierto, y creo que nunca hubo en España quien lograra mayor equilibriuo entre la fidelidad a sí mismo y el respeto a lo que con tanta fe como ardor criticaba. En un mundo como éste, Miret fue un ser excecpional.
Me entero por tu columna de la pérdida de Miret, «con quien tanto discutíamos», y a quien tanto respetamos. La nostalgia es hoy simple tristeza para mí, recordando aquellos tiempos y evocando al gran personaje.
Alguna vez, pocas, leí cosas de MM. Me sonaba -y comprendan que yo nunca he pertenecido ni de lejos a este cogollo de pensadores serios que por aquí se prodigan- a una especie de Bernanos más espiritual que no flirteaba con la imaginación sino que fundaba sus serias opiniones en la realidad de la calle que conocía, tan lejos del desconocimiento de la misma que tantas veces derrocha la jerarquía eclesiástica.
Reconozco que es de estas personas que uno da por desaparecidas hace tiempo al considerar los años que han pasado desde que ni se me ocurría recordarlo. ¿No escribió un ‘Diccionario de términos políticos’ o similar?
Emocionante recuerdo. Tan poco yo conocí al autor desaperecido salvo por algún artículo creo que leído en El País. Esta columna tiene ese lado memorioso. Y entrañable, como han podido comprobar, aunque sin empalagos. A veces me gustaría poder charlar un rato con jagm, escucharle su larga experiencia, tantos conocimientos y conocidos. Demasiado para un blog.
Gran perdida humana para la sociedad