Mientras Europa endurece sus posturas frente a la inmigración indocumentada, con el apoyo de la izquierda socialdemócrata, todo debe decirse, van conociéndose datos, por lo que a nosotros respecta, que no dejan de ser inquietantes. Por ejemplo, los revelados por el Padrón Municipal del INE, según el cual la población española supiera ya los 46 millones de habitantes, cinco de los cuales son extranjeros. Asegura la estadística que por cada español nativo que se inscribe en ese padrón, lo hacen cinco extranjeros como mínimo, habiendo regiones como Cataluña donde la población foránea alcanza ya la séptima parte del total, una proporción prácticamente similar a la registrada en Madrid. Un ingreso masivo de extranjeros en cualquier país es un hecho histórico, sin duda, que países como Francia resolvieron tiempo atrás valiéndose de sutiles procedimientos de marginalización, pero que, en cualquier caso, representa un acontecimiento demográfico de primera magnitud. Un millón y medio de magrebíes, otro tanto de sudamericanos, más de 700.000 rumanos y otros grandes contingentes nacidos fuera de nuestras fronteras constituyen un motivo de atención para un país en el que once de cada cien residentes no son ya nacionales. Se barajan dos posturas básicas frentes a esta auténtica revolución poblacional, una, que apunta hacia la convivencia multicultural, es decir, a la separación funcional de esos grupos en comunidades separadas y, otro, partidario de la integración que, sin ignorar los problemas que pueden derivarse de este tipo de coexistencias culturales, entienden que el primero lleva fatalmente al mosaico de guetos, en el sobreentendido de que la razonable asimilación de extranjeros no tiene por qué cuestionar el mantenimiento de sus modos específicos de vida salvo en lo que pueda implicar un choque insalvable con la civilización y la normativa local. Sea cual fuere el procedimiento empleado y su éxito relativo, lo que está claro es que el fenómeno migratorio actual no es un suceso más, sino una prueba planteada a la propia identidad española en especial desde ciertas exigencias ideológicas. España es hoy ya un país de países, todavía a escala soportable, es cierto, pero verosímilmente decisivo, como hemos de ver un bien poco tiempo.
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No puede negarse que esa inyección poblacional tiene sus ventajas no sólo económicas, que son muchas, sino sociales, para un país ensimismado en exceso en su vieja perspectiva narcisista. Nuestra Seguridad Social –hoy de nuevo en el alero—se mantiene gracias a esa riada de nuevos afiliados, nuestro crecimiento vegetativo en la fertilidad de los inmigrantes para mantener sus discretas cotas de evolución, sectores enteros de nuestra economía en crisis se agarran como un clavo ardiendo a la precariedad de una mano de obra que está asumiendo también, con crecientes exigencias, como es natural, imprescindibles tareas despreciadas por los españoles. Y hasta se anuncia la participación de esos colectivos en la vida política a través de un derecho al voto que resulta tan lógico, en determinados casos, como inquietante en otros. Cinco millones de extranjeros son muchos extranjeros en un país de tamaño medio y, sin duda, ese contingente va a ser sacudido laboralmente por las crisis en términos que acabará pagando la propia paz social y que puede llegar a ser explosivo si, como es verosímil, la recesión termina siendo una realidad y un duro reajuste del empleo se ceba en él por motivos lógicos. La implacable estrategia europea, apoyada por España incluso desde la izquierda gobernante, no deja de tener su discutible razón. Pero el problema no son sólo ya los inmigrantes indocumentados sino la propia inmigración legal. Fuera de un proyecto de integración realista pronto este país de países será un polvorín.
“Con el vientre de nuestras mujeres conquistaremos Europa”
No confundamos las horras con las paridas. La frase anterior no es de tantos protagonistas, como quedan ahí, sino que está documentada en Boumedian, que fue precisamente quien dio matarile a Ben Bella. Y lo de no confundir es porque no es lo mismo la inmigración suroriental, que la latina, que la puramente oriental europea.
La Fallaci, en su último libro, viéndole ya las cuencas vacías a la Huesuda, se soltó la lengua y tal vez exageró algo su intrasigencia hacia el islam. Los integristas islámicos -y los que se convierten a dicho integrismo, que no son pocos- representan verdaderamente el peligro, repito, peligro real dentro de la inmigración.
Mientras Curro Moratinos, el Rîsîtas -que ya no se ríe tanto- o Erchave y los buenistas que se adornan con la kufiya, avestrucean ante dicho peligro más les valdría dormir con un ojo abierto. Del posible millón de magrebíes que conviven con nosotros, no más de un 5 o un 7 por ciento son verdaderamente peligrosos, pero tienden a expandirse y su proselitismo es permanente. Ojo. Mucho ojo.
Moldavos, rusos, rumanos, albanokosovares, herzegovinos así como peruanos, mexicanos, incluso argentinos o venezolanos son de otra película. Aunque tengan distinto concepto del valor de la vida humana o -sobre todo su juventud- abusen a veces de la violencia. No conviene confundir las horras con las paridas.
Si una servidora fuera un par de días presidenta del gobierno -el cielo no lo permita, por el bien de todos, y por la salvación de mi alma- crearía un ministerio de Inmigración. Aunque un cabeza de huevo le pusiera otro nombre más rimbombante.
Lo que ocurre, doña Ofidia, es que un 5 o un 7 por ciento sobre un llón son 50.000 o 70.000 peligrosos, y eso es mucho. No estoy de acuerdo tampoco con su foto conjunta de los demás inmigramtes, porque hay rumanos y rumanos, y los argentinos son casi todos psiquiatras.
Me temo que hoy el casino no juntará quorum: hoy día tenemos tv en cada casa y el fútbol es el fútbol. Por mi parte diré que la columna me parece que da mucho que pensar y no debería ser tomada a la ligera. Yo, al menos, no me la tomo así.
Todos somos inmigrantes, todos vinimos alguna vez de alguna parte. Lo malo es cuando las inmigraciones son masivas y súbitas, porque entonmces, inevitablemente, se produce un conflicto con los «naturales», es decir, con los inmigrantes que les precedieron.
Escribo desde un país profundamente racista y, sin embargo, más mestizo que ninguno, pero me pregunto si hoy día, con el horizonte de problemas REALES que tenemos, una inmigración islámica no es una invasión. Recuerden N.Y., Madrid, Londres antes de contestar eso tan sabido de que el Islam es amor.
Enteramente de acuerdo con usted. Fervientes deseos de que gane España a la Italia decadente y berluscona.
No han tomado en serio la advertencia gordísima que encierra la columna, pewor para todos. Igual que ustedes hacen los Gobiernos, y la reacción de Bruselas será lo que se quiera, pero tiene su lógica: abrirnos sin condiciones es exponer Europa a su final identitario. Lo siento pero una cosa es una cosa y otra es otra.
Creo que este problema es el problema de occidente o de Europa si prefieren. Los otros son los problemas mundiales(ecología, agua, petroleo u otra suerte de energía) . Vamos , que nos queda poco por revolver, y los gobiernos perdiendo tiempo en menudencias tales como si bajo o aumento la presión del impuesto en un un 0,25 o en un 0,50.
Si fuera jefe de gobierno no sabría por donde empezar.
Besos a todos
Vamos a ver, mi don Roge. No digo que moros a un lado y todos los demás a otro. El Petru Arkan, moldavo, se vino a Expaña, bosta de toro, porque era donde más barato le salía delinquir. Hay muchísimos miembros y miembras de la población del este que nos llega que son marginales, de ahí que hace usted bien en distinguir rumanos de rumanos. Hasta ahí, de acuerdo. Los argentinos que han llegado, muchos son víctimas de lo que está pasando allí con el retroperonismo. He oído a uno de esos psiquiatras, ¿viste?, decir que cuando se trataba de plata, a él se le reblandecían todos los conceptos morales. Y como casi todos te hablan con ese tonillo de superioridad, difícilmente nos caen simpáticos. Son así de boludos.
Pero, a pesar de que algún cobloguero dice que no nos tomamos esto en serio -a servidora, es que si no digo alguna patochada, le da el patatús- digo ahí más arriba, que nuestros buenistas avestrucean -y me aparece el gusanito rojo debajo de la palabra- o peor aún, se creen que poniéndoles el traserito en pompa a los que nos consideran perros infieles, nos van a perdonar la vida. Ay, si mi don Carlos Martel no les planta cara; ahora estarían con todo el Mediterráneo norte plantado de minaretes. Creo que llegaron hasta por ahí por su tierra, mi doña Marta. No me la imagino con el chador y desprovista de nuestros pequeños adminículos anatómicos tan gratificantes. (Huy, me parece que me estoy pasando. Me disculpe, porfa).
Besos a todos.
00:50
En ningún sitio hay sitio para todos, y en España tampoco, por la tanto hay que poner coto y reglas a la inmigración porque si se descontrola peligra nuestra civilización.
Quien afirme lo contrario podría probar abriendo su casa a todos los que la necesiten. Sería una experiencia interesante.
Don Griyo , usted siempre tan escueto y eficaz en sus propósitos.