El régimen a que ha dado lugar la “revolución bolivariana” que encabeza el coronel Chávez parece que anda jodiéndola con el viejo e incombustible concepto de “hombre nuevo”, el individuo del futuro que garantizará a la sociedad, felizmente redimida, la convivencia en paz y justicia además de la imprescindible continuidad a lo largo del milenio. En el “hombre nuevo” ha pensado mucha gente después de que san Pablo, dirigiéndose primero a los gálatas y luego a los romanos, lo proyectara no como una humillante derrota ante la carne sino como una victoria del espíritu en toda la línea, a condición, eso sí, de que el “hombre viejo” muriera sin remedio arrastrado por la propia lógica de la redención. Eso es también, por más vueltas que se le dé y por más que el concepto se transforme, lo que reclama el pensamiento marxista y resuena, a través de Sartre y otros filósofos de mayor cuantía, en el catecismo divulgado por el Ché y, casi más que por él mismo, por sus incansables escoliastas. La idea es sencilla: la historia del hombre constituye un fracaso porque se basa en una idea errónea del individuo que ve en él solamente un condenado desde la cuna o bien un concepto abstracto con el que no es posible plantarse erguido en el escenario de la Historia, y en consecuencia, lo que procede es “crear” un tipo distinto de sujeto histórico y vital, capaz de sacudirse el yugo de la naturaleza con la misma energía que el que le impone la convivencia desigual. Una utopía estupenda que requiere, en cualquier caso, “socializar” de tal manera a las criaturas que éstas logren liberarse definitivamente al precio, eso sí, de enajenarse a tumba abierta en el propio proyecto salvífico. En las fábricas y oficinas de la URSS lucían (yo los he visto) grandes “cuadros de honor”, por llamarles de algún modo, en el que se honraba públicamente a los mejores trabajadores, es decir, a los más integrados en el sistema. Nada representa mejor el fracaso del llamado “socialismo real” que esa alternativa que se ofrecía al hombre con minúscula desde que salía del cascarón: o el “cuadro de honor” o Siberia. Así les fue y así nos fue.
xxxxx
No habrá que decir que el instrumento socializador, la máquina psicológica moldeadora de ese ser superior no era otra que la educación. El remotísimo debate, falso en lo fundamental, sobre el proyecto soviético de sustituir la familia por la escuela, enlaza con la realidad de una educación rigurosa que, incluso Francia, conseguiría disparates como el de un Louis Aragon rechazando las ideas biológicas que no encajaban en el mecanicismo materialista. Y ahora en Venezuela, el hermano del propio Chávez, ha decidido, como ministro de Educación, que en adelante todos los libros de texto o de obligada lectura sean redactados por los servicios ministeriales con el fin de extirpar la educación “ideológica” tradicional y sustituirla por una “educación popular y socialista” pura y dura. ¿Les suena a algo, les trae a la memoria este disparate ajeno alguna peripecia nuestra y reciente, más cercana que el intento franquista de la Educación del Espíritu Nacional, por supuesto, y sugerido sea sin ánimo de comparar? A mí sí, y bien que lo lamento, convencido como estuve siempre de que ni el Estado, ni la sociedad ni la propia familia deben ni pueden sobrepasar en su proyecto formativo la raya de lo ‘ideológico’. Ni siquiera una democracia transparente –y ésta desde luego no lo es– podría garantizar una ecuánime pedagogía de los ‘principios’, entre otras razones, porque no hay principios que no sean, de un modo u otro, excluyentes de los demás. Y menos en una nación demediada como la nuestra en la que, de guiarnos por la cuenta electoral, es obvio que cualquier plan impuesto por una de las dos mitades disgustaría a la otra mitad de la población. Aquí, hay que reconocerlo, la cosa ha sido más sutil que en Venezuela a la hora de redactar los textos. Queda por ver qué ocurrirá a la hora de imponerlos.