Se fue la señora Merkel de Doñana, deslumbrada, seguramente, por el embrujo de la marisma y el laberinto de los lucios. ¡Lástima! Porque el presidente español, en lugar de mantenerla agasajada en esa clausura idílica, ha tenido ocasión de llevarla, no sé, a Algeciras mismo, para que comprobara con sus propios ojos como de incontenible es la invasión de los parias que, en este mismo fin de semana, han arrivado a cientos a nuestras costas. ¿No sabe Sánchez que ojos que no ven, corazón que no siente? La cancillera ha debido contemplar de cerca esa tragedia antes de volver al lejano paraíso desde el que se legisla a ciegas lo mismo sobre el emporio que sobre este fortín de la miseria. Ella y el otro llevan, eso sí, su buena ración de propaganda.