Hay pocas situaciones tan embarazosas para los profesionales colaterales de la Cultura –y pongo por delante a la profesión periodística– como el brete en que los sitúa cada año la nominación del premio Nobel (o Nóbel, como se pronunciaba toda la vida). Me refiero, claro está, al premio de Literatura, porque en torno a los demás no hay caso, toda vez que la Ciencia, pura o aplicada, generalista o concreta, como tal suele considerarse ajena a la obligación cultural y, en consecuencia, basta con despachar la noticia con un suelto breve. El Nobel tiene mala prensa, como es sabido, a pesar de lo cual hay quien ha muerto medio loco lamentando no haberlo alcanzado y hasta quien, como Sartre, se ha permitido el lujo de devolverlo, que era una forma como otra cualquiera –aunque tal vez más efectiva, de revalorizarlo– pero insisto en que el galardón por antonomasia es el que distingue a los escritores en una larga saga que incluye desde Faulkner a Juan Ramón pasando por un pelotón de importantes desconocidos y hasta algún que otro mediocre primado por su circunstancia. Los científicos son escépticos o entusiastas, también según les vaya en la feria, no faltando entre ellos los casos de fraude hábilmente disimulado. Faustino Cordón contaba que un hallazgo suyo tuvo luego un Nobel en cabeza ajena, serendipia del tipo de la que les ocurrió Crick y a Watson con el ADN, pero justificada en este caso –decía él– por el secretismo que supuso su decisión de publicar su descubrimiento en el boletín de una academia científica para pasar desapercibido. Algunos historiadores de la Ciencia, por su lado, han demostrado hasta qué punto resulta vulnerable un simposium de sabios tan aislados como para tragarse los camelos de unos falsificadores hay que recocer que no poco geniales. Pero ya digo que en Ciencias eso sólo concierne al círculo, tan cooptativo y cerrado a cal y canto, de la “comunidad científica”, mientras que existe la generalizada convención de que todo aquel que se precie en el planeta culto debe estar al día de ese imposible “who is who” literario en el que –salvo excepciones dignas de todo aprecio– los académicos suecos eligen, como en un florilegio arcano, sus flores más exóticas.
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Un mal trago para las redacciones, ya digo, el campanazo súbito que año tras año nos plantea sin remedio el grave interrogante. ¿Quién es Orham Pamuk, quién Gao Xing Jian, quién V.S. Naipaul, quién ese húngaro que responde como Imre Kertész? Doy fe de que esas mañanas fatales los guionistas machacan los teléfonos pidiendo ayuda desesperada a los cuatro gatos que se suponen cultos hasta la extravagancia. Me honra tanto como me confunde haber sido despertado al amanecer en más de una ocasión y me mortifica no haber podido corresponder en tantas ocasiones a semejante confianza, entre otras cosas porque la edad me va reconciliando poco a poco con aquella chulada tan valleinclaniana de “yo no leo a mis contemporáneos”. Por lo demás, no parece ser cierto que el Nobel se rija por criterios de conveniencia editorial pues cualquiera puede comprobar que algunas de esas tiradas no superan par nada la famosa y vergonzante ‘media’ de los tres mil ejemplares que dice mucho sobre el país presente. Poco o nada solemos saber de la minerva anual distinguida con ese premio sueco cuya cicateria amargó la vida a Borges, según dicen, a pesar de que aquel genio sabía de sobra que sólo la academia del tiempo parte y reparte dignidades perennes bajo el arcoriris de la fama. Léautaud sostuvo que el premio deshonra al escritor. Debo decir que el pobre acabó solo en una casona con diez perros, veinte gatos, una cabra, un pato y una mona.
Quizá no dice por discreción que la clave está en la ficción de la cultura, en el cultivo falso de la cultura a través de esos signos (la lectura, el teatro,el cine, la música clásica y etc.). Con los Nobeles hemos de fingir lo imposible pero es curioso y elocuente que lo mismo le ocurra a los profesionales.
En una charla le oí contar a usted, don gm, la anécdot de un porgrama radiofonico en el que el analfabeto de su locutorley´ço convencido el poema que acaba de improvisar un currito osado de la redacción. Cuéntela si puede,quier decir sino dej en evidencia alguno de sus antiguos «patronos» de la radio tertuliana.
Confieso que ni sabía en su momento ni sé ahora nada de esos premiados que ofrece la columna, que imagino que serán de los últimos años. ¿Y qué pasa? ¿No dice usted confrecuecia que no lee a sus contemporaneos como decía «Dorio de Gadex», creo que era? (Por cierto, un pregnt como valleinclanistaque es usted: ¿quién era ese Dorio, a quién encubría el pseudónimo, porque el difunto Zamora Vicente no se determinaba a descubrirlo?
Ya hay que ser tnto parapasarse la vida esperando el telegrama del Nobel, sobe todo sieres un gran creador. Es como si un gran cirujano se pasara la vida aguardando a que lo felicitara el fontanero o el cartero del barrio. ¿No les parece?
En casa de mi suegro hay una colección de Nobel en piel costosa, que comprada a plazos hace años. He leído algunos y son pesadísimos. Por qué empeñarme en esa colección sitengo amano infinidad de libros no premiados tan interesantesy disfrutarlos puedo?
La Historia de la Literatura no se hace con premios sino con memorias. Un escritor es cla´sico si vence la prueba del tiempo, no la estrategia de los editores, los Gobiernos o los clanes de cooptadores. Nuestro jagm tiene algúnpremio pero veo que no aparace enre los grandes columnistas de estos ´ñultimos decenios siendo uno de los primeros sin lugar a dudas. Imagino que ni se preocupa ni anda metido en esos círculos decisivos. O será que passsssssssssa mucho, puede ser, y eso le honraría. Si los premios los gana el autor de Alatriste. la Espido y demás, hace bien en no molestarse en procurarlos.
Gracias por su claridad, señor Heródoto, que me libera a mí –jurado muchas veces– de decir lo que me gustaría y no debo. El jefe, de todos modos, no precisa reconocimientos de esa naturaleza, al menos en mi criterio.
Buena anécdota la del apuro de las redacciones, que es el de los profes, a ver qué se han creído, porque yo he vivido muchas ocasiones en que el pobre diablo que enseñaba literatura pasaba las de Caín la mañana en que se hacía público el nombre de algún ruso perseguido, de un judío no convencional, de un islámico para compesar, de un chino para que no se diga y así. El jefe habla con la indiferencia del que ha leído muchísimo. Los malos lectores tienen que afanarse en la mera apariencia.
Es genial, al margen de que sea más o menos cierta, la anécdota que jagm atribuye a Cordón, aparte de que expresa muy bien el funcionamiento de la comunidad científica en España. Un Boletín de Academia es un ladrillo seguramente leído por muy pocos (ni por los académicos), de modo que Cordón hizo bien, al menos en la anécdota.
Me ha interesado eso de que los premios de Ciencia no preocupan a casi nadie siendo los que más pueden afectar a la vida humana. Interesante, sugerente. E NObel es un escaparate y una feria de las vanidades.
A jagm le tengo leído que pudiendo enfrascarse con Plutarco o Suetonio a ver para qué echar mano de uno de los infinitos divuladores actuales de esa pseudohistorieta que abarrota nuestros mostradores libreros. Y le doy la razón por completo, aunque ya me dirá quién, cuántos profes hay hoy en activo que tengan a mano a sus clásicos predilectos…
Tema viejo y manido. Se ve que ha salido perezoso de su problem oftálmico y no está dispuesto a dejarse las pestañas buscando tems serios. Mientras tenga aduladores qe le bailen el agua… estoy por decir que hace bien.
Me ha cortado el anterior, un soplagaitas además de un malnacido. ¿Qué culpa tendrá jagm de que haya gustos tan «exigentes»? Apostaría lo que fuera a que este novísimo (?) lleva aquí mucho tiempo emboscado y, por otra arte, estaría encantado con según qué politiquerías. Congm se meten los que políticamente no lo soportan. Es un caso parecido al que enfrentaba a Burgos durante decenios con los capillitas…
Pues sí, por una vez.
Cómo se nota que es lunes y que el personal vuelve a sus departamentos. Po m’alegro, que no decaiga.
Don Saramago con sus ladrillos y su hemiceguera irreversible. Don Camilón con sus apuros y sus plagios, el Bienpagao. Ambos con sus mariakodamas con el cazo siempre dispuesto. (‘Todo es bueno para el convento’, decía el fraile y llevaba una puta al hombro). Don Gabo con sus peregrinos proyectos ortográficos que ‘ablandarían’ la otrografía. Ah y su cubana blanca como uniforme. ¿Se acuerdan cuando el poeta archidónico, Ortiz Nuevo, concejal sevillano cosecha 79, usaba una chapona de su pueblo para actos oficiales?
Si estos son los Noveles -no es error, es uve- que conocmos, qué no serán los de por ahí. Y una servidora que últimamente solo vuelve a algún clásico aunque traducido, a Quevedo y devora novela negra de distintos paises, qúé me dicen…
Hoy me toca a mí preguntar mi doctor Pangloss: ¿Quién se ocultaba pues tras Max Estrella, si no era el propio Valle, tras don Latino de Híspalis o tras la Pisabien, según el evangelista Zamora Vicenrte? Gracias anticipadas pror su respuesta.
Oye, Unonuevo, ahí va un consejo que no has pedido: aunque no sea tiempo de gazpacho, ve al mercado, compra un pepino hermoso y póntelo como un supositorio. Que te aproveche.
Uy, Icaria, me las quitao de la boca, es un decir, lo el pepino, uiffff, que bueno.
Ya de vuelta, amigos, me sumo a las críticas vertidas y al sentir de la columna. Defnitivo me parece el argumento de que hay muchos de esos «descubrimientos» que no superan los 3.000 ejemplares, como cada hijo de vecino que publica su librillo, genios y «mobtajes» aparte, que los hay (ahí tienen a citado Alastriste, a los cursis pestiños «galazos» o a los «códigos da Vinci».
Desmitifcar siempre está bien, y más tratándose de este negocio de los libreros y los políticos, porque no es olcide usted, que bien lo sabe, la concesión del Nobel se politiza muy pronto pero durante la Guerra Fría se politiza del todo. Un aíd hay que escoger a un chino,m al siguente a un portugués, el otro a un negrito bembón que siempre queda bien en la galería de retratos. Los Nobeles hace tiempo que no significan gran csa para quienes no los poseen y para el público entendido, aunque sigan teiendo su importancia para los elegidos por la Fortuna y para la masa que se acerca a la Feria del Libro con treinta euros preparados para lo que más vista.
Nadie ha reparado en que sólo ha habid os mujeres en la larga nómina del Nobel. Dos mujeres entre tanto macho es demsaiado incluso si se tiene en cuenta que hasta hace bien poco el papel de la mujer era bastante ajeno a la literatura.
Me temo que se equivoca, don Estuario, porque hay bastntes más, sin contar las distinfuids al margen de la lieratura. Otra cosa es que en España no se conozca a la mayoría de ellas.
¿A quien importa el premio Nobel en estos días de mor y lujo, pronto quizá de cenizas e hipotecas impagadas? Siempre me ha fastidiado que al lector haya que ponerle anteojeras a la hora de estimularlo ofreciéndole un libro, como si se le dijera «Toma, lee esto que han dicho los más sabios de la trib que es lo mejor que se ha escrito. Lean hoy a Echegaray, por poner un caso, y verán lo que es un peñazo. Para el resto, Paz y demas, mejor no hablar de los «nobeles» terroristas o las tontas del bote como la indiecita Menchú. Y para ciencia, lleva razón gm en que han sido descubiertos pufos enormes en más de un caso y en algunos cercanos a nosotros.
Mi don Estuario (¿Tinto+Odiel?), le aseguro que a una servidora no le va lo de meter el dedo en el ojo a los amigos, pero me sale alguna fémina más en mi recuento: Aparte doña Doris Lessing, están Nadine Gordimer, Pearl S. Buck y doña Gabriela Mistral –seudónimo de algo larguísimo-. Creo que hubo un ex aequo en que también chupó del bote otra doña, pero no me haga mucho caso.
Se sigue admitiendo collejas, si preciso fuera. Besos.
Oui. C’est moi.
La academia Nobel ha distinguido a una docena de escritores de lengua francesa, tales como Romain Rolland, Anatole France, Roger Martin du Gard, Mauriac, que no presentan ningún interés, y en cambio ha desdeñado a Celine, y a Proust.
Pero lo mismo pasa con los galardonados y miembros de la Academia francesa, o del premio Nadal, el planeta o el príncipe de Asturias.
¿Porqué no les gusta nada Perez Reverte? Quién me lo explica en «marthe .sicard@caramail.com«? no es la primera vez que observo cierta hostilidad hacia ese autor. Why? Ademas es Andaluz!
Gracias
Don Reverte es de Cartagena, reino de Murcia, una de la comunidades autónomas uniprovinciales. A mi juicio, pobre, es autor de alguna novela relevante (¿La piel del tambor?) y una serie mucho más pesetera que literaria. No es santo de mi devoción, lo que repito, no significa gran cosa.
Besos, madame.