Veo al frustrado asesino Juan Manuel Morales sonriendo indiferente tras su detención y es como si lo viera en su leonera, abismado en la Red (o en las Redes). ¿Cuántos Morales andarán por ahí cavilando sobre la maldad, decididos a vengarse para redimir su fracaso? Hay quien opina que Morales no es sino el producto de la familia desestructurada y que esa sonrisa mefistofélica acusa a los padres de la criatura. También quien piensa que ese insuperable grado de desintegración apunta al fracaso de una sociedad enferma o a los inevitables efectos indeseados del desarrollo, pero no es fácil explicar tan fría agresividad, tanta inconsciencia, fuera de la inestabilidad psíquica. No digo que ese monstruo esté loco, pero sí que, sea cual fuere la causa de su disforia radical, su actitud procede de una sociedad competitiva que ofrece a los jóvenes, sobre todo, un modelo de individualismo narcisista al servicio del cual hemos puesto un arma tan peligrosa como el anonimato funcionando en un ámbito globalizado, en cuyo marco la información, buena o perversa, es gratuita y viaja a la velocidad de la luz. Hay que reconocer a Internet, por ejemplo, su fabulosa capacidad didáctica, así como a las llamadas “redes sociales” su interés movilizador de la sociedad civil, pero sin dejar de ver en su oferta universal un arriesgado experimento que ha dado de sí, junto a progresos históricos, un gravísimo apoyo a eso que en sociología se denomina la conducta desviada. Morales no es más que una víctima de esta convivencia desbocada que no habría más remedio que aislar, en el único lugar donde podría abismarse en su fantasía sin riesgo para los demás: el nosocomio.
Un joven fracasado y solipsista que lee con fruición “Mein Kampf”, toma como referencia a dos asesinos en masa y vive sonámbulo en el ciberespacio, es un caso demasiado complejo para imputárselo a una sola causa. Lo que urge es ponerlo a buen recaudo. Resulta excesiva esa sonrisa insensata, su lucidez y el rigor de su desafío, en los que no queda otra opción que ver la sombra de la insania. Pero me parece que lo decisivo, yo diría que urgente, es revisar este modelo de convivencia que exige a los jóvenes mucho más de lo que es capaz de protegerlos. Morales no es la obra de un solo factor, sino la consecuencia de una constelación de errores y riesgos. Urge controlar discretamente la leonera de esta juventud a la que se exige tanto y recibe demasiado.
Sabida es la frase de que para educar a un niño es necesaria la colaboración de toda la tribu. Desertan padres y maestros, dejando al infante/adolescente en manos del hechicero cibernético.
Querido Anfi, no habría Psiquiátricos bastantes adecuando a ello la red hospitalaria en pleno. En esta, más que en ninguna otra, es primordial la medicina preventiva, pero quién le pone el cascabel.
#a Rafa: (Lo copio desde donde lo leí, la Wiki: Presidiendo un Consejo de Ministros, harto de debates estériles, llegó Estanislao Figueras a gritar en catalán: «↑ «Senyors, ja no aguanto més. Vaig a ser-los franc: estic fins als collons de tots nosaltres!». Tan harto que el 10 de junio dejó disimuladamente su dimisión en su despacho en la Presidencia, se fue a dar un paseo por el parque del Retiro y, sin decir una palabra a nadie, tomó el primer tren que salió de la estación de Atocha. No se bajó hasta llegar a París.
Doña Epi. Agradecido por la reproducción de la jugosa anécdota.
Sobre el artículo de hoy, me pregunto si es ésta la generación tan cacareadamente educada en la paz y «en valores». Las nuevas tecnologías (al menos ciertos videojuegos y ciertas redes sociales) representan un gol marcado por la escuadra a la filosofía de educar sin juguetes bélicos ni sexistas. Hace bien el autor en apuntar a ellas.
Por otra parte, creo que los padres, en muchos casos, no saben lo que se cuece en las cabezas de sus hijos. Cuando quieren poner coto, es demasiado tarde.
Sdos.
Este caso es especial por sus características. Las «leoneras» de los nenes cibernéticos dan mucho fruto sano y mucho podrido, pero no suelen crear monstruos como ese narciso encanallado. La maniobra de «alejar» judicialmente a su padre, habla por sí sola.