Una propuesta lanzada en noviembre pasado en la prensa francesa sobre la posibilidad de eliminar las notas en la escuela está provocando en todo el país un subido debate entre profesionales, políticos y padres, partidarios unos de mantener el clásico sistema de calificaciones, inclinados los otros a sustituirlo por evaluaciones a cargo del profesor. La idea venía avalada por personalidades del peso del exprimer ministro Michel Rocard, el sociólogo François Dubet, el presidente del Observatorio Internacional de la Violencia o el director de Sciences Po, Richard Descoing, un elenco que, sin duda, ha contribuido a prolongar una discusión condenada de antemano al fracaso en un país tan aferrado al sistema antiguo. Se ha alegado, claro está, que el procedimiento de calificar a los alumnos mediante una nota numérica es rígido porque contribuye a la espiral del fracaso desde una obsesión clasificadora, pero por el contrario, el exministro de Educación Luc Ferry ha definido el proyecto como una “buena falsa idea” inspirada en la “estrategia del avestruz”. Ha habido, en cualquier caso, colegios que han suprimido ya el procedimiento de toda la vida alegando que la nota perjudica a los más débiles que ven en ella una sanción más que un estímulo, pero, como ya ocurriera en los años 60 en relación con experiencias similares, todo indica que serán las viejas notas escolares las que ganarán este nuevo pulso. Desde el Gobierno, Luc Chatel, actual responsable, se ha situado contra el ensayo oponiéndose frontalmente a la supresión del sistema tradicional, único capaz, probablemente, de reflejar con aceptable aproximación la realidad educativa. No se cuestiona la perfectibilidad del sistema, por supuesto, pero tampoco se conoce ninguno que pueda competir con él en cuanto útil de comunicación entre padres, enseñantes y alumnos. El mérito es una cosa muy seria para andar jugando con él a hacer experimentos.
Está claro que el fiasco escolar preocupa a gobernantes y gobernados pero no parece razonable buscarle solución a los actuales problemas de absentismo y fracaso en esos paños calientes que suponen facilitar el progreso del alumno incompetente o maquillar los malos resultados “premiando” con pluses de sueldo a los docentes, como se ha tratado de hacer en Andalucía, por cierto, con el digno rechazo de éstos. Pero lo que resulta extravagante es esta vuelta a los felices 60 en busca, quién sabe, si de una utopía extraviada o, simplemente, de la juventud perdida. Lo que está claro es que la solución a este fracaso generacional no puede consistir en igualar por las bravas al primero con el último de la clase.
Vieja cuestión, ahora sacada de quicio. La evalucaión ha de ser necesariamente objetiva y la objetividad no puede consistir en estimaciones necesariamente subjetovas del enseñante. Los que enseñamos sabemos lo difícil que es calificar, peor si nos quitan los acreditados medios que tenemos para cifrar el mérito, nos lo pondrán imposible.
El juicio subjetivo del profesor será siempre más falible que el control que los números permiten, lo cuq eno quiere decir que sea fácil calificar con «notas». A mím me hace mucha gracia cuando veo calificaciones de 7’37 o 4’12 sobre 10, porque me pregunto como diablos se miden esas décimas y centésimas. Pero una cosa es reconocer esto último y otra que nada tiene que ver sustituir las calificaciones numéricas por meras impresiones del docente. Vamos de mal en peor y a peor iremos mientras no se detengan en lo importante más que en lo superficial.
Cyalquier día nos piden a los enseñantes que demos la clase haciendo el pino… No es desdeñable la teoría, expuesta por jagm más de una vez y por otras personas, de que el desorden de la enseñanza no es un PROBLEMA sino un OBJETIVO del Sistema.
No entiendo la expresión usada en el artículo «perjudica a los más débiles» ni sé a quién debe atribuirse, si al anfitrión o al criterio del colegio mentado. Parece sacada de una de esas ideologías que van por ahí reclamando «salarios justos» como si las escalas estuviesen puestas para hacer justicia social.
Lo que yo pienso es que las notas ni perjudican ni benefician, se supone que son un reflejo del esfuerzo y la buena disposición del alumno, o falta de ambos. No son perfectas, influyen un montón de imponderables, pero no les veo mayor objeción ya que, normalmente, una nota final se compone de muchas otras parciales.
Sí vería bien que los profes empeñaran un poco más su compromiso profesional y docente con los alumnos que evalúan. Ni más ni menos que como hacen los médicos al firmar un juicio diagnóstico. Facilitaría las cosas saber qué profesor firmó la promoción de un alumno sin éste reunir unos conocimientos mínimos. Y si se aprueba por imperativo legal (las famosas estadísticas de suspensos, que se disparan) pues que conste también.
Es una opinión, claro está, de alguien que no es profesional de estas lides.
Sdos
No entiendo la duda de mi antecesor, don Rafa: yo veo que la frase se atribuye a los entros que ya han optado por eliminar el sistema de «notas». En Andalucía, además, no se trata sólo de que la Junta «incentive» a los profes para que mejoren los resultados (hasta se ha llegado a dar dinero a los alñumnos para que vayan a clase) sino que con cierta frecuencia sus Delegaciones han ORDENADO a los profesores que pongan una nota determinada. Lo que lña columna plantea, si no me equivoco, es sólamente la pretensión de sustituir el sistema de notas calificatorias (del 1 al 10) por el de estimaciones subjetivas de los profesores. No hay que darle al tema más vueltas de las que tiene.
Qué se puede esperar de un sistema incompetente y complaciente que ha llegado a proponer que los alumnos «califiquen» a los profesores? Pero sepan todos (se lo dice un enseñante con diez trienos) que los padres tienen una gran responsabilidad (iba a decir culpa, pero mejor no) en todos esros embrollos. Esta sociedad ha dimitido de sus responsabilidades, entre ellas las de exigir disciplina a los alumnos.
Al final, el juicio. Un profesor ha de «calificar» siempre, y parece demostrado que el sistema de «puntuar» sobre una escala resulta satisfactorio. Lo que está pasando son movimientos de evasión de los mpoderes públicos que no saben cómo hacer frente a la crisis general de valores.
Lleva mucha razón el doctor que me precede, como la lleva el columnista al cuestionar con el ejemplo la actitud frente a la enseñanza que gana terreno en todas partes, al parecer. Luego nos quejaremos de lo que descubran el Informe PISA o el que sea, mientras tanto parece que todo el mundo está dispuesto a seguir plácidamente porla cuesta abajo.
De acuerdo con nuestro señor Cura, y con don Pangloss. Lo que pasa también es que luchar contra el ausenteismo, la indisciplina, la insolencia y otros males requiere una voluntad constante y no unas posturas facilonas para escabullir el bulto. De acuerdo también con don Mario de Málaga. Educar quiere decir repetir, insistir, tener reglas simples pero que los padres tienen que hacer respetar y no dejar que el retoño las desacate porque uno tiene prisa o le fastidia exigir y repetir.
Besos a todos.