Para mi Hormi
Ni nos hemos percatado de la llegada del otoño, con sus pasos mullidos, casi imperceptibles, acortando los días y dejando que la luz fracase en los visillos, regalándonos acaso las últimas frutas, las olivas vareadas con destreza, la uva placentera, las primeras castañas todavía inaccesibles dentro de su erizo, ese primer jersey que huele al largo sueño de la naftalina y que prevenimos ante las ráfagas inaugurales del frío y de la lluvia –recuerdo de la madre–, los días recogiendo el ocaso con inaudita prisa, rojos encendidos, malvas indecibles, nimbos como corderos, galas del abedul que incendia el bosque, victoria trabajada del cobre en el inmenso parque de los parques, nostalgias del pinar donde arrulla la tórtola y estremecen las piñas dejando caer su fruto, “la vida desnudándose” que entrevió Juan Ramón, la fragancia del membrillo en el huerto, el diálogo entre la rama y la alberca, maestro Salinas, Gerardo, Baudelaire perdulario y certero, Verlaine sobrecogido por los largos suspiros de los violines –“les sanglots longs du violon de l’ automne…”–, nuestro humor que renquea, quizá la noche en blanco, el médico que traduce en química toda esa poética explicándonos que este milagro, que toda esta tristeza, que esta ansiedad sin fin no son sino capricho de los neurotransmisores, que si la serotonina, que si la dopamina, bien, ya vale, pero qué hace el pastor bajo el chaparrón a solas con su rebaño, el poeta acorralado por los grises triunfantes, el pobre peatón que arrecia el paso desconcertado por este airón y aquel morado efímero que alcanza a ver aún coronando el ocaso en pugna con el tachón turquesa y los cirros blanquísimos que despiden el día breve del equinoccio, sordos ruidos que anuncian el cíclico destino de la vida y la muerte.
Hombres y plantas, la Creación entera, se encoge trastornada, no somos nadie — unos menos que otros, ciertamente–, pero nadie en resumen, peleles ideales en manos de la hormona, sensibles a la luz que es esta vida pautada por las fechas, carne de calendario, hoy alegres, mañana, tristes como la luna al final de su ciclo o como la oropéndola que gime mañanera o el cuco que replica con rigor cronométrico, ay otoño fatal, lírico envite, paraninfo del arte de la vida, maestro de la nostalgia, vendimiador del alma, teología de la química, remanso en el camino. No somos nadie siendo lo que es posible, y vamos por la elipse recorriendo los cielos íntimos del misterio.
Aquí no hay engaño, ni EREs, ni ValdEREs, ni junteros golfantes, aquí amigo Sancho, hay literatura.
De puntillas, hendiendo mínimamente la hoja seca desprendida, nuestro anfitrión se desnuda líricamente ante la tarde de otoño y deja entrever ese lado brillante y esplendoroso de su estro poético, que tantas veces oculta tras su máscara de pensador crítico y estricto. Chapeau.
un regal, maître, un vrai regal. Merci encore
Besos a todos