A la at. de Pilar Vizcaino
Mientras discutimos nuestras aporías políticas, el cuerpo de un hombre desconocido aparece ahogado, una vez más, en nuestra orilla. Uno más, sin nombre ni rastro, alguien que irá a un tanatorio municipal a la espera de la improbable reclamación de los suyos. Llevaba días en el mar pero nadie lo buscaba: ¡no es posible mantener una contabilidad precisa del pasaje en las pateras!, oigan, y, bien mirado, acaso se ha librado de la miseria, de la explotación, de la quema de su cuchitril y del desprecio generalizado. No existía, de hecho, para nuestra “Europa de de los mercaderes”, atenta sólo a la realidad subjetiva percibida por su mirada depredadora. No somos sino el penúltimo fracaso moral del sueño humano.