En la crónica autonómica no hay memoria de un solo trampantojo más descarado que el que la Junta, en procura del voto funcionario, acaba de perpetrar al interpretar el largo pleito de las 35 horas semanales de trabajo: reducir la jornada legal de 37’5 horas a esas 35 y “confiar” a los trabajadores las restantes en plena libertad. Lejos queda el compromiso de Guerra de “meter en cintura a los funcionarios” con que se estrenó la Izquierda en el Poder. Ahora lo que interesa son los votos y tener contento al personal, que la “Función Pública” ya se ajustará sola. ¿Y si reclamara lo mismo el resto de los trabajadores? Una vez más, el “régimen” acaba de demostrar que su único interés de gestión sigue siendo mantener la decisión política por encima de la eficiencia administrativa.
La ley y la trampa
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Dicen los controladores del gasto autonómico que la Junta dribla a la norma de contratación dividiendo por lo que haga falta los contratos para su fácil ingestión. Un contrato de cien millones, un suponer, no cabe por la puerta estrecha del ordeno y mando, pero si lo dividimos en veinte de a cinco cada uno, no hay cedazo que los pare. Parece ser que, en tres años, esa práctica ha aumentado desde 439 casos a 816, en especial, según dicen, por parte de un SAS que a poco acaba contratando jeringa por jeringa. Lo asombroso no es que haya escándalos, sino los pocos que hay en esta Jauja opulenta en la que trapicheo es la norma y la ley la excepción.
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Ese fue uno de los primeros inventos de nuestra democracia y todavía nadie ha intentado ponerle remedio… hoy por ti mañana por mí.