Ha hecho fortuna, espoleada por la marea nacionalista, el absurdo concepto de que existen dos clases de nacionalismos, es decir, dos teorías y profesiones diferentes y enfrentadas de la ‘nación’, la postulada por los regionalismos (en España, pero también fuera de aquí), que sería signo de razón y progreso, y otra, la esgrimida desde los conjuntos históricos nacionales, que habría de ser, por lo visto, retrógrada e incluso liberticida. La crisis del concepto ‘nación’ tiene ya una edad pero fue en la atmósfera sesentayochista donde acabó fraguando en una suerte de convención indiscutible que involucra en su desprestigio la vecina noción clásica de ‘patria’, considerando que sólo desde proyectos reaccionarios pueden defenderse uno y otra, ya que el ideal progresista “respeta” las reivindicaciones particularistas pero desconfía a muerte de las formuladas desde la unidad. ¿Qué hacer con la herencia de tantos espíritus superiores y libres de toda sospecha, cómo echar al desván de un revés el legado patriótico que tanto tuvo que ver con el progreso, al menos desde esa Revolución Francesa a la que Hegel saludaba como un amanecer y bajo el que se han cometido grandes crímenes, pero también se han logrado inolvidables avances? Hay que volver a Renan: lo del “plebiscito de todos los días”, la acción y el resultado de la solidaridad entre los ciudadanos, la “garantía de la libertad”, tal vez algún día superada en una Europa emergente, pero no por los particularismos: eso es una nación. No una lengua ni un folclore y menos un ‘espíritu’, sino la voluntad de convivir en libertad y en solidaridad, no un producto de la Tradición ni de la Madre Naturaleza, como se propone desde cierto esencialismo infantil cuya ontología apenas despega de aquel prejuicio floclórico. Y un hecho real que hoy implica asumir la asimilación de elementos exógenos desde la perspectiva de un pluralismo que no es sino el resultado de una experiencia global.
La izquierda tendrá que recuperar un debate que, de no ser unitario, no debe ser abandonado a sus oponentes, y deberá hacerlo superando prejuicios antiguos y problemas nuevos, tal como experimenta esta temporada ante el debate sobre la identidad planteado por el conservatismo radical en algunos países. Lo realmente incoherente es lo nuestro: el nacionalismo particularista sostenido por esas dos patas ideológicas, el proyecto de liquidación de la nación unitaria auspiciado desde las posiciones políticas más opuestas. Habrá que ir pensando, sin duda, en rescatar idea de ‘nación’ de manera que no quepan ya en ella fundamentalismos de ningún signo.
Un tema serio, que bien nos afecta. No tengo que decir que, como la mayoría de los amigos del blog (supongo) poco puede discutirse del planteamiento de jagm y de sus conclusiones. Lo de los «dos nacionalismos» está muy bien resumido. Es tan sencillo como penoso.
Ya saben lo que se dice: el nacionalismo se cura viajando. Yo añadiría, a la vista de lo que está ocurriendo, que habría que contribuir a esa terapia con una buena dosis de juzgado de guardia. Si los viejos teóricos, todavóa románticos, se levantaran en sus tumbas, no reconocerían sus ideales en este batiburrillo localista y mangante.
¿Será que el problema nos cansa ya? De otro modo este silencio me resulta raro, porque además las razones de la columna son más que buenas. ¡Volver a Renán! No se haga ilusiones nadie porque los romanticismo de esta hora mercantil son puro negocio. No me detengo en hacer relaicón de «casos» autonómicos radicales, baste el ejemplo del pujolismo. Muchas veces pienso co trsietza que quizá alguna vez podamos mirar atrás y extrañarnos de la relativa indiferencia con que estamos asistiendo al éxito de estas rebeldías pueblerinas que se están llevando bajo sus ruedas a la nación histórica.
Hemos estado comentando. ¿Será ese problema de la pérdida del sentido nacional el fondo de tantos vaivenes como vivve la sociedad? Parece que no, porque hay otros frentes abiertos que resultan evidentes, pero queda la duda de si esa crisis de identidad pudiera ser la causa de fondo de tanto desconcierto. Quizás los enseñantes seamos observadores privilegiados de lo que ocurre. Quizás por eso mismo tengamos tantos interrogantes abiertos.
Lo que me temo, querido anfitrión, es que hay batallas perdidas en las que sólo se mantienen arma al brazo los adalides más esforzados, y que ésta de la «·localmanía» es una más, otra vuelta al romanticismo, pero ni siquiera al renaniano, sino al más obsoleto de los regionalistas de los «Jocs florals» y toda la basura mítica de los «euskaldunes». Lo de los «dos nacionalismos» ha hecho fortuna, aunque nadie pudiera imaginar qué significa eso en un país como Francia o enm otros de nuestro entorno afectados incluso por sus sarampiones peculiares.
Cada uno tiene su Ballena Blanca…
el nacionalismo es desunión y constitucionalmente esta fuera de cualquier duda esta actitud