En unos días se cumplirá el cuarto aniversario del advenimiento al caso ERE de la juez sustituta de Mercedes Alaya. Y el balance de su gestión es, cuando menos, preocupante, en especial si oímos a los fiscales acusarla de pasividad injustificable –“pasividad evidente”, “simplemente dejar pasar el tiempo” (sic)— que viene a ser como insinuar la prevaricación sin señalarla. Como Penélope, la sustituta ha deshecho pacientemente la trama tejida por su antecesora –el truco de la prescripción está resultando una mina para los corruptos—archivando decenas de casos y eximiendo de culpa a los políticos implicados, según se dice a la sombra alargada de un antiguo fiscal-consejero. La última esperanza de los justicieros es que Ulises vuelva a tiempo pero me temo que, si lo consigue, ya se habrá pirado del festín la mayoría de los comensales. Ítaca queda lejos. La Justicia parece que también.