Prodiga el presidente Moreno la imagen del político sereno, el fin de la estridencia, el anuncio de un futuro razonable. Ya era hora. A uno le parece que, incluso más que la ventaja de la mayoría, lo que supone la nueva situación andaluza, como paradigma nacional, es el ocaso (y acaso el fin) del populismo de todos los colores. Cuando el honorable Stéphane Hessel incendió en 2011 la Puerta del Sol –con la anuencia de Rubalcaba, todo debe decirse—dando paso a los espontáneos de la “nueva política”, el ministro Fillon advirtió de que la indignación por la indignación “no era una forma (razonable) de pensar”. Y no lo era: no tienen más que echar un vistazo al gallinero del sanchismo. Juanma promete gobernar con la razón y no con la gónada, convencido de que el populismo –esa endemia argentina– no es rentable más que para los populistas.