Un aristócrata sevillano, que conoce a fondo la Historia y de coronilla al personal, dijo nada más iniciarse las corrupciones en la etapa democrática: “No, si a mí no me sorprende tanto lo golfos que son, sino lo pronto que han aprendido a serlo”. Y llevaba razón, porque la corrupción es, en realidad, una endemia, un mal instalado en la práctica política del que sólo excepcionalmente se libra alguno de sus actores. Ahí tienen a Podemos, el quinto jinete del Apocalipsis que iba a arrancar de raíz los males públicos, y resulta que, párvulo todavía como quien dice, pasea ya por los paraísos fiscales como Pablo por su casa. Ha sido llegar y pegar: el virus, al lado de la mangancia, resulta una broma.