Ya no es que haya trapicheos, que haberlos los hubo siempre, sino que el cambalache y el regate se han erigido en norma fundamental de la vida pública. Fíjense, por no ir más lejos, en el lío colosal organizado alrededor del Defensor del Pueblo, cuya continuidad prometió el ubicuo co-presidente asociado al PSOE y el Presidente a los priscocomunistas de Adelante Podemos, pero que luego el primero ha matizado en el sentido de que el disputado relevo se efectuará sólo cuando voluntariamente dimita el titular actual y no antes. España entera es hoy una timba o un garito en el que unos y otros trapichean intercambiando rangos y prebendas, siempre condicionados/as, eso sí, por la regla igualitaria. Han hecho del país un zoco. Menos mal que el verano está ahí mismo y la sombrilla aguarda en la playa a que hayamos apoquinado el IRPF sin saber siquiera, ¡encima!, quién gastará ni cómo lo recaudado, que si no…