No es ningún secreto sociológico que la democracia atraviesa una crisis de difícil reajuste. Ha cambiado el mundo, han variado las circunstancias de manera decisiva, apenas tiene que ver la clásica idea de sociedad que contemplaban el proyecto ilustrado y la teoría romántica con la que hoy va imponiendo con prisas un cambio social vertiginoso. Por otro lado, parece claro que la globalización, ése hecho incuestionable ya y enteramente irreversible, plantea al ideal democrático el problema insuperable de la diferencia y deja en evidencia la sospecha antigua de que la democracia no es un sistema de validez universal sino exclusivo de cierta cultura histórica. Es probable, en todo caso, que la crisis democrática no se ciña sólo al desafío imposible de la diversidad axiológica, sino que actúe desde la misma entraña del sistema de libertades, en cuyo tronco crecen hoy excrecencias no sólo difíciles de asumir sino que apuntan con sus excesos a la deslegitimación del montaje en su conjunto. El caso holandés viene preocupando hace tiempo a los observadores por cuanto resulta lógicamente inviable un régimen público sometido al tirón continuo de una vanguardia sin freno, obcecada en una huida hacia delante que, a la vista de algunos proyectos, no parece tener término razonable sino más bien configurarse como una especie de imaginario movimiento sin fin en el que cualquier ocurrencia, por bizarra que resulte a la estimativa común, tiene su sitio seguro. Es arriesgado convertir una democracia nacional en un escaparate del cambio y lo es más todavía hacer de ella un referente de la innovación del que hubieran desaparecido todos los límites racionales porque, en su interior, el cauce legal, liberado de cualquier condicionante moral o ético, trabaja de manera que llega a convertirse en la más seria amenaza del propio sistema de libertades. El liberalismo tradicional holandés, de raíces tan marcadamente burguesas e inspiración tan weberiana, corre serio peligro por la acción corrosiva de su propia desmesura, ese sprint alocado hacia ninguna parte que se funda en el trágico equívoco de que todo es legislable y todo lo legislado benéfico y progresivo. La carrera desbocada de tolerancia que ha dado lugar a las llamadas “leyes laxas”, está llevando la democracia holandesa hacia un peligroso desgalgadero oculto por la ilusión de una libertad ilimitada en la que no es difícil reconocer el perfil de otros espejismos históricos que acabaron como el rosario de la aurora.
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La apertura legal a proyectos cuestionables ha tenido durante años un indiscutible valor. La legalización inteligente de las drogas llamadas ‘blandas’ y su comercio, la aceptación del derecho a la eutanasia, el trato discreto y pragmático dado a la prostitución, son entre esas leyes pioneras ejemplos plenamente elogiables. Otra cosa es, sin embargo, el proyecto de legalizar la pedofilia para cuya consecución se intenta ahora constituir un partido con representación parlamentaria cuyo objetivo inicial es rebajar la edad mínima de doce años al llamado “sexo consentido”, pero cuyo ulterior designio es la definitiva y completa supresión de ese imprescindible límite a la barbarie. Holanda no es la vieja Grecia, evidentemente, y el intento de volver a situaciones felizmente superadas por la civilización y el progreso no puede ser otra cosa que una marcha atrás del humanismo tan trabajosamente conquistado durante siglos. El ejemplo holandés nos está descubriendo otra crisis interna de una razón democrática que, despojada de todo imperativo moral, no sería raro que acabe siendo la causa de su propia ruina. Nada más arriesgado que estas confusiones intestinas que canceran hoy el cuerpo social, ni menos libertario, en el fondo, que esa “libertad para el Mal” que aterrorizaba a Pascal pero también a Paul Celan. El viejo anarquismo era ante todo una moral. Esta acracia depravada es apenas una basura.
Leyes laxas, dice gm. En un par de años, Zapaterito ha legalizado el «matriminio» homosexual y el transexualismo pero se ha pasado por debajo del arco la ley de Partidos que ilegaliza a Batasuna. Eso se llama «sensiblidad social», jefe, que es que no se enteran los progres aventajados como usted, y lo demás son cuentos o ganas de perder el tiempo.
Legalizar todo lo que exige la extravagancia es un disparate, pero los gobernantes saben muy bien que ellos no estarán ya ahí cuando venga alguien reclamando la factura de los platos rotos. Lo peor de legalizar el absurdo, respondiendo a una demanda de la moda o a una presión social, es que se relativiza el valor objetivo del orden legal, pero tampoco esto debe quitar el sueño a quienes como esta panda lo único que sabe y en lo que repara es en que no eran nadie sin esos apoyos, y están en la cumbre, aunque sea pasajeramente, sostenidos por ese prestigio de la extravagancia.
SEgún la nueva ley del transecualismo un sujeto que padezca «disforia» podrá cambiar de sexo con la sola condición de acreditarlo con un certificadito y pasar dos años aconsejado por un psicólogo. O sea, un varón se cree hembra y, zas rataplán, va y se inscribe como tal. ¿No podría yo inscribirme como gato y dejar de pagar impuestos?
Aquí “to er mundo e güeno” con tal de que sea lo suficientemente malo.
Para mí nadie es tan malo como un terrorista.
Sabemos de un hombre que, en defensa de su esposa y de si mismo, disparó y mató a dos atacantes de once consiguiendo que la banda superviviente se diera a la fuga. Se enfrenta a un juicio en el que le caerán varios años.
Sabemos de otro, policía local de Móstoles, que tras ser robado y apuñalado por tres atracadores, disparó y mató a uno de ellos mientras los otros dos se daban a la fuga con los ahorros de toda una vida. Se enfrenta a tres años de cárcel y pérdida de su empleo.
Sabemos, de cuando en cuando, de algún pobre exchorizo que tras varios años de vida regularizada (reinsertada), haberse casado, haber tenido hijos, tiene que ir a la cárcel porque le ha enganchado uno de los dientes inexorable de la justicia sin que le valga ni el arrepentimiento sincero, ni el aval de los que le conocen, ni el haber dejado de delinquir durante varios años…
Pues bien, para toda una banda terrorista basta una leve y forzada declaración de arrepentimiento de alguno de ellos, por imperativo legal diría yo, para que se nos haga el culo agua y pelillos a la mar.
Bueno, pelillos a la mar con subvenciones y paros no devengados.
Aquí no tenemos leyes laxas, tenemos leyes tontas, que más de una vez deben hacerse sentirse indignos a los jueces que las tienen que aplicar por imperativo legal.
Tarde de domingo. Comentamos en casa cuatro amigos de la profesión, deésta sufrida profesión que se lleva todos los palos y pocas gratitudes. Su columna: en efecto, legislar cediendo a las presiones sociales es malo. Otra cosa es ser sensible (¿no lo dice así el cursi discruso oficial?) a los cambios, no cerrarse a lo nuevo. Pero ceder por sistema, creer que innovar en necesariamente un progreso, es absurdo. El caso de Holanda está muy bien puesto, incluso sin referirse a asuntos tan difíciles como la eutanasia. Y claro comentamos que, por otra parte, nosotros no hemos sido nunca holandeses, más bien todo lo contrario. Total, que hemos echado una tarde a su artículo, como otras veces, y al menos yo no lo lamento. Es bueno que le hagan a uno mirar lo que, acaso, se la había escapado.
A mí lo que preocupa es que este Gobierno, y otros por ahí fuera, parecen haber descubierto la ventaja de legislar sobre esos aspectos marginales –todo lo importantes que se quiera, pero marginales el fin– lo que se convierte en coartada para torear los grandes toros. Matrimonio homosexual, transexualismo, antitabaquismo…, pero resulta que no se han dado cuenta de que había 400.000 españoles que estaban siendo estafados. con el timo d elos sellos O lo que es peor, si se han dado cuenta, pero han escurrido el bulto. No tendremos viviendas, pero podemos presumir de ser el país más «tolerante» de la Tierra, en el que se puede despellejar vivo o muerto a un ciudadano sin que ocurra nada, en el que se puede mentir al Congreso con problemas, en el que se puede sobrevivir políticamente después de que la Justicia te meta en la cárcel a un ministro del Interior por haber secuestrado. Eso sí, tocante a marginalidades, todas. Vamos camino de ser el país más marginal del mundo. De quedarnos al margen del mundo a fuerza de enfatizar lo marginal.
No compare el anarquismo con esta gente ni en broma. Usted sabe bien que poco tienen en común la honradez anarquista de los históricos y el cinismo golfo de esta gentuza. Claro que el anarquismo es una moral (lo dijo Aranguren). Pero es bastante más que una moral e, insisto, usted lo sabe.
Después de estas «leyes laxas» verán como dejan que caiga en desuso la ley de Partidos. Es canallesco saltarse esa ley y hablar con Batasuna, una banda política que figura con nombre y apellidos en la lista europea de organizaciones terroristas. Zapatero ha decsubierto que con el BOE en la mano y la mayoría asegfurada por los separatistas, no hay problema que no tenga solución. El único problema que va a dejar insoluble es el viejo problema de España.