Por octava ocasión ha fracasado la búsqueda de los restos de Marta del Castillo, la joven asesinada en Sevilla en 2009. Una vergüenza, pero, sobre todo, algo incomprensible. Policía y judicatura hacen lo que pueden, que es, por lo visto, menos que nada, zarandeados por un asesino confeso y sus cómplices que han variado sus versiones sobre el crimen cada vez que les apeteció. ¿Cuánto le lleva costado a los contribuyentes españoles esta tomadura de pelo de los malevos? El común de los mortales no comprende por qué no se determina que el asesino y los implicados permanezcan en la cárcel en tanto no aparezca el cuerpo del delito. Yo tampoco, lo confieso, y no logro entender cómo un puñado de niñatos puede torear al Estado y mantener viva esta triste y costosa farsa durante tantos años.