El ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, acaba de insultar gravísimamente a casi dos millones y medio de trabajadores, los funcionarios españoles, a los ha acusado de no trabajar como es debido y de aprovecharse de su estabilidad en el empleo. Es un ‘leitmotiv’ del partido del ministro desde que Guerra inauguró su era demagógica prometiendo en titulares que iba “a meter en cintura a los funcionarios”, sin especificar a qué funcionarios, así en general, incluyendo –tal vez por mera ignorancia– a, pongamos por caso, policías o bomberos, jueces o profesores, proyecto que produjo ciertas disfunciones pero que, como es natural, no cambió seriamente las circunstancias de una función pública degrada al máximo desde aquella experiencia en adelante. La idea que maneja ahora el ministro está arraigada en el subconsciente colectivo como lo está la que de los políticos son corruptos, pero lo que oculta, en última instancia, no es más que el designio de hacerse políticamente con la Administración en bloque, de tal manera que deje de ser un ámbito profesional para convertirse en una inmensa oficina de partido. El expresidente Borbolla dijo en el Parlamento una vez –está en el Diario de Sesiones—que el funcionario no tenía que ser neutral sino obediente con el poder político que en cada momento dominara la situación, es decir, justamente la idea antípoda al objetivo progresista y modernizador que, al menos desde el XIX, viene tratando en España y Europa en general de convertir la función pública en un ámbito profesionalmente protegido dentro del que una razonable estabilidad en el empleo garantice la independencia de sus trabajadores que, de otro modo, no serán más que siervos de los políticos de turno. Y eso es lo que el ministro Sevilla quiere erradicar, la estabilidad en el empleo, la independencia relativa del funcionario que se sabe a salvo del capricho político, para sustituir el sistema por otro en el que el funcionario dependa plenamente del político. No se conforman con extender el concepto de “libre designación” a la totalidad de los puestos con responsabilidad mayor. Lo quieren todo: quieren poder quitar y poner, despedir y reemplazar. Si sale adelante este demagógico intento las Administraciones españolas serán en breve una gigantesca oficina de partido.
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Naturalmente es falso que los funcionarios no trabajen, o lo es en la misma medida que esa licencia pueda predicarse de los políticos, los comerciantes o los agricultores. Y más falso es aún que el proyecto de este Gobierno comporte alguna novedad puesto que los mecanismos para expedientar y sancionar, incluso para desposeer de plaza y hasta de empleo, al funcionario son tan viejos como la Tana burocrática. Si un funcionario malgasta su tiempo será porque se lo permite su responsable político, que tiene en su mano aplicarle el reglamento y a otra cosa. Pero es que el ministro Sevilla, como Guerra en su día, no está pensando de verdad en reducir a una presunta masa ociosa, sino en apropiarse, no sólo de hecho sino también de derecho, de la totalidad de las plantillas públicas en régimen clientelar riguroso y, en su caso, para irlas reconvirtiendo en pesebres exclusivos del partido en el poder. Si los funcionarios tuvieran mayor sentido de la dignidad profesional no tolerarían así como así semejante insulto y menos que, desde unos hemiciclos con demasiada frecuencia desiertos, se tuviera el desparpajo de instaurar la feudalización de la función pública y el desmantelamiento de esa relativa gran conquista de la modernidad que es la teórica independencia que la estabilidad proporciona al trabajador público. Los políticos luchan a brazo partido por su profesionalización –reclaman buenos salarios, pensiones muníficas, planes a cargo del erario, vacaciones excepcionales—pero pretenden precarizar al máximo la función pública. González sólo defendió una vez a un funcionario: a Amedo. Larra no supo lo que hizo cuando escribió esa fábula de la ventanilla que el rencor maneja como una filosofía.
Como hijo y hermano de funcionarios (además de como asesor fiscal acostumbrado a la «esgrima» frente a adversarios que ya me hubiese gustado fuesen menos celosos y diligentes), he de felicitarle, una vez más, por su extraordinario artículo «El eco de Larra». La actitud de Guerra, Sevilla, Borbolla, González, y tantos otros correligionarios de éstos, no hacen sino poner de manifiesto la extraordinaria importancia de un funcionariado profesional, competente e inamovible… (como garantía para los demás, algunos de los cuales aún guardamos, como oro en paño, la portada del ABC de Sevilla del Viernes 9 de Noviembre de 1990).
Un cordial saludo.
Pero ya verán cómo gm se queda sólo en esa defensa que los propios funcionarios jamás han sido capaces de intentar siquiera. Gran verdad lo que aquí se cuenta hoy. El valor moral se prueba en estas cuestiones «impopulares», en las que la demagogia se ceba por la cuenta que le tiene.
¿No dicen hoy nada los MT, los comisarios de guardia? ¿No lleva toda la razón la cuando denuncia (es el único que lleva años haciéndolo) tanto la corrupción como el proyecto de apropiarse del Estado visible en acciones como la que comenta del ministro Sevilla? No sigo, está todo, en efecto, demasiado claro. El fanatismo ciega de modo habitual, pero hay días, como hoy, en el que los comisarios parece que no aguantan el peso de la razón.
Es posible que el ataque político a los funcionarios no se fundamente sólo en la incomodidad que representan para los trincocetes de partido. Ocurre también que la mayoría de esta clase política soñço siempre y nunca tuvo esa plaza en la Administración que cuesta lo suyo obtener. En la empresa privada no ocurre este divorcio porque todos los que intervienen –en general– vienen del mismo sitio. En ella jamás se le confiaría a un paracaídista de el Partido una Caja de Ahorros, una consejería con cien mil millones de presupuesto o el gobierno de un Ayuntamiento… En Sevilla gobierna un ciuaddano que fue médico en prácticas durante poco tiempo y su mano derecha es un subalterno en un centro sanitario que creo que ahora se hace llamar «monitor ocupacional. Calculen.
Pues si, Sr. Morción, yo tampoco había caído. Lo cierto es que para el PRISOE (eso no hay ya quien lo pare) lo importante no es que curren los funcionarios sino controlarlos.
Esto cada vez se parece más a la República del 33 solo que va más despacito para ir más segurito.
Señor JAGM creo que de la tibia mente (en el sentido evangélico del término) del Sr. Sevilla se desprende la urgente necesidad de conseguir votos para los sucesivos procesos electorales ya que parece que están perdiendo la ilusión de los ciudadanos.
Siempre ha sido el colectivo funcionario el chivo expiatorio de la fracasada política de partido y ahora, ni siquieran se molestan en ser novedosos: mucho implantar la «calidad», la «excelencia» haciendo suyas las propuestas populares, y fracasando en los aspectos más elementales: olvidando la división de poderes y las garantías que se resumen en el Estado de Derecho.
Tarde escribo, pero si alguien lee este comentario me permitirái recomendarle el artículo «Réquiem por una función pública independiente», publicado por José Manuel Urquiza en
http://blogs.periodistadigital.com/corrupcionpolitica.php. No tiene desperdicio.
I truly enjoyed reading this very interesting story. Looking forward to reading more about «Jennifer» as she faces her journey. Good writing ,Emilie . Report this comment
First, let me thank you for your very kind comments on another board.