A medida que avanza y se desarrolla esta economía globalizada, que multiplica las cifras hasta hacer de su tráfago un hecho cada día más inabarcable y menos creíble, crece también el recelo de que, de hecho, estemos siendo manipulados por una suerte de superchería útil en la práctica pero cercana a la irrealidad. Un ancestro mío negó hasta el día de su muerte que esas cantidades de las que hablan los telediarios existieran en realidad, y esgrimía el argumento difícil de replicar de que nadie había visto en su vida tales fortunas. Y no es para menos, si pensamos en cómo sin advertirlo siquiera hemos pasado del orden de los miles al de los millones y de éste al de los “miliardos” franceses o los “billions” americanos, como si de inflar un globo se tratara, en efecto, pues parece que lo que de verdad es imprescindible es la idea de esas fortunas y no su realidad contante y sonante. Mi ancestro tenía, desde luego, ilustres precedentes, desde el Kant que no desdeñó la paradoja del hombre que soñó tener cien táleros en el bolsillo, hasta el Marx que atribuía a ese sueño “el mismo valor” de la realidad, joya dialéctica que un empirista lógico como Ayes –según ha recordado hace poco Pietro Emanuele—resuelve avisando sobre la diferencia que media entre los verbos “ser” y “existir”, atenidos alternativamente a los cuales bien podemos aceptar tan válido el sueño como la realidad. ¿No podría ese soñador contraer de buena fe deudas sobre un caudal inexistente pero real para él? A mí me pasa tres cuartos de lo mismo cuando oigo manejar a los ecónomos las cifras actuales, exponencialmente mayores que las que mi antepasado se negaba ya a acreditar. ¿Estaremos viviendo sobre un polvorín fiduciario, que “es” aunque no “exista”? De hecho si los tenedores de billetes trataran de cambiarlos en el banco expedidor por su equivalente en oro, iban dados.
No tienen más que pensar en el lío de los “bitcoins”, la moneda virtual, que circula en el mercado sin residir en ninguna parte y que lo mismo sube sideralmente en la Bolsa que se derrumba ante un papirotazo chino. Vamos a tener que acostumbrarnos a una economía dual, inevitablemente crédula y práctica, pero manteniendo custodiado, por si acaso, el calcetín en casa. O acaso vayamos hacia un capitalismo ilusionista por cuya fibra óptica circule inapelable el valor convencional. No sólo nos hemos olvidado ya del fetichismo de la mercancía sino que vamos a acabar aceptando el fetichismo del dinero.
Esta columna parece escrita pensando en el día de hoy, Día de Inocentes, que hoy no son los bebés arrebatados a sus madres por Herodes sino las multitudes que abarrotan las calles y viven en televisión.
(Como buen sábado, y qué sábado, esto es un yermo. Ayer intenté entrar desde otro cacharrito y no me dejaba. Mecachis).
Los conceptos que apunta el Anfi verdaderamente escapan a nuestra capacidad: millardos, billions. Es posible que existan, pero. Como los quasar o el bosón de Higss. Vale. Uno lee, cree que ha entendido algo, pero se confiesa lego de mucha legalidad. La ingeniería financiera hiede. Qué coño gato blanco o gato negro. De aquellos polvos ochenteros, aquestos lodos.
Claro que viven en tv, mi don Roge. Para eso tenemos a los papás de adopción de Santiago que parece que le dieron cicuta a la chinita. O a las adopciones/capricho de las cantatrices: el niño sale polvero, peléon, mangui y p*tero; la niña indita, fácil para el bombo quilombo. Y así, tó seguío. Se descabeza el sueño de la siestecita con el hilillo de saliva en la comisura y a seguir tragando. Qué país, Miquelarena.
Intligente y graciosa, como siempre,la intervención de don Epi,aunque otra sea la intención del columnista, brillante, pro cierto, en su disquisición de hoy. No se abe (¿O sí se sabe?) en el blog que el autor es cadémico de número de una de las Reales Acds. más anyiguas de España, y como tal hay qu eencajar sus porpuestas de reflexión. La de hoy me parece magnifica.