Si escucharon ayer la sesión de control celebrada en el Congreso desierto, podían estar tentados de creer que vivimos, como enseñaba Leibnitz, no en el mejor de los mundos posibles pero sí bajo el mejor de los Gobiernos posibles. La desastrosa gestión del que nos trajina fue descrita como una proeza de la inteligencia política lo que, con seguridad, habrá dejado estupefacta a una mayoría confinada que está viendo lo que está viendo. Triste conclusión: esta tropa no está dispuesta a reconocer su rotundo fracaso y, en consecuencia, cabe temer que –como ha anunciado el propio Sánchez– “lo peor esté por llegar”. La pandemia ha desbordado a un ejecutivo improvisado que no sabe qué hacer ante la estadística diaria de muertos y contagiados y menos cómo afrontar la crisis sobrevenida.