La Ley de Dependencia fue el gran éxito de la pasada legislatura, hasta el punto de que se aprobó por rara unanimidad. El problema es que resulta, en enorme medida, papel mojado: una anciana centenaria citada a varios años vista, multitud de solicitantes enredados en la tela de araña de una calculada burocracia dilatoria. Lo último: un hombre sin brazos “favorecido” con una ayuda de 168 euros al mes. Se trataba, pues, de vestir el muñeco, más que nada. Del dicho al hecho –la duda resulta ya imposible—media un trecho que deja al aire las vergüenzas perdidas de los políticos.
Iba a decir “qué dolor!”. Lo dejo en “qué poca vergüenza!”.