No han faltado motivos, ciertamente, para señalar al amplio sector joven que, con su conducta inconsciente, ha venido desafiando al virus, en toda España y noche tras noche, de un modo irresponsable. Pero es obvio que esas transgresiones sólo han sido posibles por la incomprensible y voluntaria inhibición de una autoridad doblemente motivada por su lamentable impericia y por el miedo a perder en las futuras urnas el voto joven, más versátil que nunca en estos tiempos del cólera populista. La absurda tolerancia mantenida hasta ahora con el llamado “ocio nocturno” ha causado, sin duda, daños irreparables a la sociedad en su conjunto, y justo es insistir en que la responsabilidad correspondiente hay que buscarla tanto en los transgresores como en los condescendientes.