Hay frases que, si no constituyen prueba plena, deberían constituirla. Por ejemplo, aquella que una presidenta de Invercaria le espetó a un cargo responsable que le propuso desvelar un fraude: “Pero, almita de cántaro…”. Han pasado muchos años y aquel fregado sigue sin esclarecerse, pero un juez acaba de empapelar a tres de los presidentes de aquella sociedad de “capital riesgo” (incluida la autora de la frase) mientras una de las defensas insiste empeñada en demonizar a un sufrido testigo de cargo. Menos mal que parece que habrá acuerdo en la norma nueva que protegerá a los denunciantes de corrupciones, una garantía que llega demasiado tarde a este patio de Monipodio que abarca ya toda la manzana.