Sé bien que mafias, lo que se dice mafias, las hay de diseños muy diferentes. Las de cuello blanco, que nos despluman desde los despachos, poco tienen que ver con las clásicas, que trajinan con armas, drogas e incluso con carne humana, con sus terminales cosmoplitas instaladas en urbanizaciones paradisiacas. Las primeras parecen ya inevitables, enrocadas como están en el mismísimo fortín del poder, y las segundas prosperan como la mala hierba ante la impotencia relativa de la autoridad. Estos días nos desayunamos con noticias sobre secuestros, torturas y asesinatos que cada día digerimos con menor dificultad. Y es que cuando una sociedad no controla sus alturas, malamente podrá controlar sus bajos. El pesimismo de las policías está sobradamente justificado.