La Justicia se ha plantado dura frente al sujeto desaprensivo que gastó a una diputada autonómica la “broma” de simular que la besaba públicamente en la boca. Muy justo, evidentemente, porque eso no es una broma, como admitiría hasta el bárbaro bromista si la víctima hubiera sido su mujer o su hija. Estos “machos” incontrolados (con perdón por lo de “machos”) han de ser reducidos por la Ley con la dureza necesaria para que el ejemplo cunda en la horda y nuestra convivencia alcance su inaplazable civilización. Porque, hay que insistir, ésas no son bromas sino agresiones que, con toda seguridad, el agresor repudiaría si el afectado fuera él, ni son, además, deslices banales sino acciones graves. Que se les caiga el pelo a los bromistas en nombre de la respetabilidad común.