En una de las peripecias republicanas, unos militantes pintarrajearon la provincia onubense con letreros que decían “Lerroux se impone”. Y se impuso, ciertamente, aquel singular sinvergüenza, como tantos caciques se han ido imponiendo, uno tras otros en nuestras instituciones. Lo que no había oído yo era una autoproclamación tan vehemente, un delirio de éxito tan extraordinario como el que Barrero exhibió en Almonte el sábado, presumiendo de la unanimidad de las 95 asambleas locales de cara a los Congresos, que él mismo definió como “no normal”. “Para el PSOE es prioritario mantener el nivel de ambición sin ningún tipo de complejos”: he ahí una frase que destila a chorros, como actos fallidos, el fruto del pragmatismo. Lo que no queda claro es qué ambición es ésa que nos mantiene a la cola de España a pesar de nuestras potencialidades. No es dudoso que las mejoras relativas de esta Huelva con tantos problemas como futuro se han logrado a pesar de esas demostradas ambiciones y de esos complejos injustificados.