¡Qué pedrada!
La anécdota la contó Vilallonga, recordando cuando, en la mili, hubo de acompañar como conductor a un general proverbialmente estólido al que llevó a ver cierta catedral catalana para mostrarle una célebre vidriera, ante la que el espadón se quedó como absorto y ensimismado, y al preguntarle Villallonga la causa del soponcio recibió una escueta…