De “desastre institucional” ha calificado el experimentado político Joaquín Leguina lo que aquí –y por ahí—está ocurriendo desde que apuntó la pandemia. Casi nadie ha dado pie con bolo, han sido raros los avisados que se percataron del riesgo real y los responsables políticos no reaccionaron –sino todo lo contrario— hasta que se dieron de bruces con el virus dentro de casa. Es decir, cuando ya era tarde para abortar el riesgo anunciado, como ya se hizo con los “coronavirus” anteriores. Y pocas razones tenemos para confiar en que no se repita el caos a la hora de plantear la “reconstrucción”. La pandemia ha desvelado el secreto a voces de la inoperancia de unas instituciones desbordadas por un galopante cambio social. Nunca estuvimos peor gobernados ni más expuestos. Queda por ver si la catastrófica calamidad tiene arreglo o no.